Urge cooperar

Por Xulio Ríos (director de Observatorio de Política China en España y experto en relaciones internacionales y asuntos sobre China)

El auxilio de vacunas contra la COVID-19 es la primera operación de ayuda internacional a gran escala desde la fundación de la República Popular China. China está proporcionando vacunas a 80 países y tres organizaciones internacionales. Cubre 26 países asiáticos, 34 países africanos, cuatro países de Europa, diez de América y seis de Oceanía, una lista que crece día a día. China también está suministrando ayuda de vacunas a la Unión Africana, la Liga Árabe y las fuerzas del mantenimiento de paz de la ONU. Las vacunas de Sinovac y Sinopharm podrían incluirse en la lista de uso urgente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) a fines de abril. China viene cooperando con más de diez naciones en su investigación, desarrollo y producción.

Esta operación, de gran importancia para la contención global de la pandemia, es muestra de un esfuerzo y compromiso sostenido en la lucha contra la Covid-19 que China desenvolvió desde el primer momento, superando sus propias dificultades para corresponder a las necesidades urgentes de todo el mundo. Realmente, que China esté en disposición de ejercer esta solidaridad, supone una novedad en la dinámica contemporánea de las relaciones internacionales. Lo normal sería alegrarse por ello. Y sin embargo, lo que abundan son los reproches. Que China lo pueda hacer, no parece gustar a todos. Incluso fastidia por exhibir un nuevo estatus, equiparable o superior al de las grandes potencias mundiales. De la diplomacia de las mascarillas hemos pasado en un santiamén a la diplomacia de las vacunas. Y siempre en tono acusatorio. Tanto que ha derivado en una espiral incontrolada de incremento de las agresiones contra ciudadanos chinos en algunos países donde la obsesión por demonizar acabó destilando la xenofobia más repugnante.

Todos los países tienen mucho que aprender de la gestión de un desafío de este calibre. China, también. No obstante, a la vista está, a la luz de los datos empíricos, quien lo está haciendo mejor y quien lo hace peor. Ya hablemos de la prevención, de la contención o de la vacunación, se han evidenciado carencias graves que no solo tienen que ver con las identidades nacionales o culturales sino también con los modelos económicos y sociales y contradicciones de larga data.

La OMS, por ejemplo, ha reflejado su desaliento y decepción por el "déficit de distribución" mundial de vacunas, a medida que avanza la investigación y el desarrollo de vacunas y las vacunas se utilizan gradualmente en diferentes países. Los países de altos ingresos han obtenido suministros masivos de vacunas rápidamente, mientras que los países pobres siguen con las manos vacías. Esta situación de grave desequilibrio es fiel reflejo de la inequidad global. Y la brecha es cada vez mayor. Nos debería preocupar a todos.

Pero es que además, los países ricos de la OMC se niegan a liberar los derechos de propiedad intelectual de la vacuna contra el coronavirus, siquiera transitoriamente, desoyendo los llamamientos de las organizaciones internacionales que reclaman el acceso universal a los tratamientos para atajar una pandemia que es global. Ese es realmente el debate importante: quien privilegia la obtención del beneficio económico y la discriminación y quien la solidaridad abogando por el reconocimiento de las vacunas como bienes públicos mundiales.

En algunas capitales, más que la preocupación por atajar la pandemia, lo que realmente parece preocupar es evitar que de ella resulte un hipotético balance de poder que les perjudique. Solo así cabe explicar tanto empeño en denostar incluso la ayuda procedente de otras latitudes políticas, allende Occidente.  Las teorías conspirativas del origen, descalificadas por la OMS, se propagan también a los remedios, llegándose a calificar de “instrumentos de la guerra híbrida” contra Occidente. Tal es la dimensión de la paranoia.

Si nos observara ahora uno de esos marcianos que pudieran encontrar en su largo viaje la Mars Reconnaissance Orbiter de la NASA o la Tianwen-1, seguramente no saldría de su asombro. Entre los grandes retos globales (desde atajar las desigualdades y desequilibrios, el cambio climático, el desarme, etc.) se nos ha colado en primera línea un fenómeno con el que pocos contaban, la salud mundial. Lejos de incitarnos a cooperar cada vez más, a poner sobre la mesa todos los recursos disponibles y a optimizar su gestión al margen de las diferencias, se ha desatado una espiral de confrontación que no hace sino retrasar la superación de la crisis y agrandar las demás tensiones. No las ha neutralizado, como cabría esperar racionalmente, sino que amenaza incluso con expandirlas. Pero esta creciente hostilidad, claramente fundamentada en la crítica coyuntura de los juegos de poder mundial, está totalmente fuera de contexto. En tiempos de polarización y del “todo vale”, la incapacidad para dejar a un lado las rencillas es un mal presagio. Urge otra perspectiva.  

---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

   We need to cooperate

   By Xulio Rios

   The supply of vaccines to help fight the COVID-19 pandemic is the first large-scale international relief operation carried out by the People's Republic of China since its foundation. China is providing vaccines to 80 countries and three international organizations, covering 26 Asian and 34 African countries along with four in Europe, ten in the Americas and six in Oceania in a list that grows day by day. China is also supplying vaccine aid to the African Union, the Arab League and UN peacekeeping forces. The Sinovac and Sinopharm vaccines could be included on the World Health Organization (WHO) urgent use list by the end of April. China has cooperated with more than ten nations in its research, development and production.

   This operation, which is of great importance for the global containment of the pandemic, is a sign of a sustained effort and commitment in the fight against Covid-19 that China developed from the first moment, overcoming its own difficulties to meet the urgent needs of all the world. Indeed, the fact that China is in a position to exercise this solidarity represents a novelty in the contemporary dynamics of international relations. The normal thing would be to be happy about it. But all we see are reproaches with some apparently unhappy at China’s achievements and hurt that it is showing a new status, comparable to or superior to that of the great world powers. From mask diplomacy we have moved rapidly onto vaccine diplomacy. And always in an accusatory tone. So much so that it has resulted in a spiral of increased attacks against Chinese citizens in some countries where the obsession to demonize has ended up distilled into vile xenophobia.

   Every country, including China, has much to learn from managing a challenge of this caliber. However, in view of the empirical data on who is doing better and who is doing worse in terms of prevention, containment or vaccination, we can see serious deficiencies in some places that not only have to do with national or cultural identities but also with economic and social models and long-standing contradictions.

   The WHO, for example, has reflected its disappointment at the global "distribution gap" of vaccines, as vaccine research and development progresses and vaccines are used at different speeds in different countries. High-income countries have obtained massive supplies of vaccines quickly, while poor countries remain empty-handed. This situation of serious imbalance is a faithful reflection of global inequity. And the gap is widening. We should all be concerned.

   On top of this the rich countries of the WTO refuse to even temporarily release the intellectual property rights of the various coronavirus; ignoring the calls of international organizations that request universal access to treatments to stop global pandemic. This is really the important debate: who favors economic game over human lives and who gives priority to lives and solidarity by advocating the recognition of vaccines as global public goods.

   In some capitals preventing the pandemic from altering the current balance of power seems to be more of a concern that halting the pandemic itself. This is the only way to explain so much determination to criticize and question the aid coming from political latitudes beyond the West. The conspiracy theories of regarding the origin of the virus, which have been ruled out by the WHO, also spread to the remedies, which have even been described as "instruments of hybrid warfare" against the West. Such is the dimension of the paranoia.

   If one of those Martians who might encounter NASA's Mars Reconnaissance Orbiter or Tianwen-1 on their long journey were to observe us now, they would surely be amazed. Among the great global challenges (from tackling inequality, climate change, disarmament, etc.), a phenomenon that few counted on, world health, has crept to the forefront. Far from inspiring us to greater cooperation and to use all of our resources to face the challenge regardless of differences, a spiral of confrontation has been unleashed that only delays the end of the crisis and exacerbates other tensions. This growing hostility, clearly grounded in the critical conjuncture of world power games, is totally out of context. In times of polarization and "anything goes", the inability to put quarrels aside doesn’t bode well for the future and we desperately need another perspective.

(Xulio Ríos is director of the Chinese Policy Observatory in Spain and an expert in international relations)

Más en Internacional
Entrando en la página solicitada Saltar publicidad
Advertisement