EL FORÁNEO DE ALCÁZAR

D. Juan José de Austria el “Hijo de la Tierra”. Parte II. (Actividad Política, La Regencia y los Bandos de Poder)

Maltratado por la historiografía pero leal hasta su muerte

Por Chindasvinto

(... Viene de la Parte I)

Si alejar de la Corte al príncipe fue un error de la regenta, peor fue el tomado casi simultáneamente cuando la reina María Ana conseguía nombrar a su confesor, el jesuita austriaco Juan Everardo Nithard, inquisidor general, tras una larga maniobra (rozando la ilegalidad y la desvergüenza) consistente en hacer renunciar de dicho cargo a, nada menos, que Pascual de Aragón (arzobispo de Toledo y además súbdito del Reino de Aragón) y haber conseguido, previamente, la nacionalización o naturalización del austriaco, presionando a las ciudades castellanas con voto en Cortes, para así evitar su reunión en asamblea (que de no ser presionadas jamás hubieran votado de forma favorable). Dos errores que traerían gravosas consecuencias.

Fig. 6. Retrato del cardenal Nithard, por Alonso del Arco (c. 1674).

Óleo sobre lienzo. Museo del Prado.

Con las maniobras de la regenta se cumplía legalmente con las disposiciones testamentarias que prohibían nombrar a extranjeros para funciones de gobierno y situaba a su confesor en las instituciones de mayor valor político de la monarquía y, como inquisidor general, pasaba automáticamente a formar parte de la Junta de Gobierno y de los consejos de Estado y de Guerra. Hábil pero ilegítima y maloliente maniobra de la reina como escribe F. Tomás y Valiente, asesinado por ETA poco después de escribir esta obra que a continuación se referencia(F. Tomás y Valiente, Los validos en la monarquía española del siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1982).

Como ya hemos adelantado, el contenido del testamento, fue el desencadenante de lo que vendría después, pues aparecieron bandos de intereses y poder. Inevitablemente se crearon bandos en favor y en contra de cada una de las partes, la regencia y su valido Nithard por uno y los defensores de y D. Juan José por otro aunque este último nunca abrió su boca ni para opinar, al menos públicamente.

Si de algo participó, no fue por voluntad propia, sino por petición expresa de aquellas personas que creían que D. Juan José era el idóneo para regir los destinos del país e intentó contentar a ese bando, pero sin pretensiones personales.

D. Juan José aglutinaba el descontento de los principales y le hacía parecer víctima ante la opinión pública: nacional y de cortes extranjeras (París y Viena). La reacción del bando contrario fue la difamación del bastardo. La cuestión acabó en un conflicto político cada vez más abierto en el que participaba el pueblo de Madrid y de modo muy activo y determinante.

Aquella sociedad partida y rota debía repararse y para ello se intentó dar una solución mediante negociación: los partidarios de Juan José de Austria pedían para él el virreinato de Cataluña, a lo que el confesor Nithard se negaba, sabedor del aprecio que allí se le tenía y donde podía hacerse fuerte y volver beligerante a Castilla. La salida a las diatribas se solucionó con su inclusión en el gobierno como pedían eventualmente sus partidarios en la Corte. En junio de 1667 nombrado consejero, participaba en las deliberaciones del Consejo de Estado acerca de las ambiciones de Francia por las plazas en Flandes. Así, la regencia pudo afrontar su debilidad y las difíciles circunstancias exteriores con Francia. Sin embargo, ese pacto no nacía con vocación de consenso, sino que fue aceptado por las partes pero como maniobra política.

Tras el acuerdo, Juan José de Austria llegaba a Madrid y acompañado de los principales de su facción, era recibido por habitantes y principales de la villa con júbilo. El miedo de la facción regente crecía, haciendo cundir la alarma; observadores extranjeros opinaban que el bastardo podría apoderarse del gobierno y de la Corona. El 14 de septiembre, en una hábil maniobra de Nithard volvió a intentar alejarlo de España y Juan José de Austria era designado a los Países Bajos al mando de los ejércitos. El experimentado político y militar, sabedor del significado de aquel destino (y que todos podemos imaginar) declinó el ofrecimiento.

Nithard actuaba como arrogante primer ministro, mientras el desgobierno y las disputas políticas se extendían por las instituciones centrales y territoriales, provocando el desconcierto en la Corte y crecientes quejas en las plazas y calles de Madrid. Por todos los territorios de la monarquía crecía la oposición y la contrariedad especialmente en la Corona de Aragón (conflicto era abierto contra Nithard) en Cerdeña, donde era asesinado el virrey marqués de Camarasa, y en Madrid se producían los altercados en torno al duque de Pastrana y el conde Castrillo, que hubo de abandonar la presidencia del Consejo de Castilla.

Iba creciendo el número de los descontentos y se fortalecía su unión en torno a Juan José de Austria. Además, la regencia furiosa, y en momentos de la máxima tensión ejecutó a José Malladas, secretario de Juan José de Austria, acusado de conjura y empezaron a detener a los colaboradores de D. Juan José que ya se hallaba en su “destierro” en el Priorato. A pesar de que estas detenciones de colaboradores eran una decisión tomada en secreto, toda la Corte las conocía, lo que hizo que Juan José de Austria, se enterara y temiendo por su propia seguridad sin haber participado en nada ilícito o malvado, sólo apreciando la malicia dirigida contra su entorno, abandonó su retiro en Alcázar y acompañado por sus leales se refugió en la Cataluña amiga (F. Sánchez Marcos, Cataluña y el Gobierno Central tras la Guerra de los Segadores (1652-1679). El papel de Don Juan de Austria en las relaciones entre Cataluña y el Gobierno Central, Barcelona, Pulicacions i Edicions Universitat de Barcelona, 1983). Camino de Cataluña y a su paso por Zaragoza, fue recibido con júbilo, y en Castilla y Valencia proclives a Nithard eran cada vez más las ciudades que cambiaron de bando en favor de D. Juan.

La opinión pública criticaba a la mala regencia y el autoexiliado D. Juan José, reprochaba a la reina su falta de respeto a la voluntad del rey difunto. Lo que más efecto causó fueron las cartas que, de su puño y conocimiento político, Juan José de Austria dirigió a instituciones y personas destacadas, explicando las circunstancias de su desacuerdo y lo nefasto del Gobierno del confesor (ya mencionamos que durante su formación en Ocaña, desarrolló gran habilidad con la pluma y que le serviría de mucho con posterioridad. Pues he aquí la posterioridad, a esto nos referíamos).

Además de toda esta lucha propagandística entre ambos bandos, la situación de crisis general que se vivía en la monarquía y la opinión adversa de la población hacia el Gobierno que estaba completamente paralizado fue lo que hizo que ya una gran mayoría de instituciones y pueblo se mostraran favorables a Juan José de Austria.

La regenta, alarmada, víctima de sus propios errores y sin capacidad para reaccionar, por la presión de dentro y de fuera de la Corte, hizo llamar al hermanastro que abandonó Barcelona y D. Juan José, noblemente accedió y se dirigió a Madrid, pero temeroso por su vida, se hizo escoltar por el duque de Osuna y un importante grupo armado ante el temor de un posible atentado. Su paso por el territorio de la Corona de Aragón resultaba un clamor y quedaba inequívocamente del bando de Juan José de Austria.

El grupo armado se iba convirtiendo en un verdadero ejército (no iba a tomar posesión ni invadir nada de forma violenta como se ha argumentado. Era una protección para D. Juan José a la que se fue sumando gente de forma espontánea) y las noticias en Madrid provocaban el desconcierto social y el ánimo de los contrarios al gobierno. Ya en Castilla, las deserciones en el bando del confesor fueron masivas. Así las cosas, los grandes tomaron la iniciativa política y presionaron a la reina para que destituyera a Nithard cosa que hizo a regañadientes y el 11 de marzo, Nithard abandonaba Madrid. (F. Tomás y Valiente, Los validos en la monarquía española del siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1982).

D. Juan José, por su parte, se deshizo de soldados de guardia y quedó a disposición de la reina, no sin pedir el virreinato de Cataluña, a lo cual la reina se negó, pero la tensión política en España, obligó a la regente a concederle en junio del 1669 en nombramiento de Vicario General de los reinos de la Corona de Aragón y virrey, es decir la más alta dignidad e instancia de poder. Desde este cargo, integró a las oligarquías aragonesas en la Administración y en su propia corte y las hizo colaborar en el interés general de España llegándose a mantener unas relaciones con Madrid nunca antes conocidas. Así transcurrió su vida, haciendo progresar y crecer a Aragón, hasta la mayoría de edad del príncipe Carlos en 1675.

Mientras, en la Corte de Madrid se consumía el tiempo con los conocidos “años grises”, con un Gobierno inoperante e intrigas en la corte revueltas incluidas. En Sicilia, los franceses y la misma sociedad local eran otro, incordio más que al D. Juan José se ofreció liquidar marchando hacia allí, por cuanto era territorio perteneciente a su virreinato en Aragón.

Los mejor intencionados pensaban en Juan José como solución para aquella monarquía que acababa de recibir como rey a un hombre débil y manejable. Además, los nobles buscaban posiciones para cargos en la nueva corte que ya se acercaba y así un personaje de segunda fila y de la baja nobleza se había hecho con el favor de la reina y desde 1673 y se había convertido en su favorito: Fernando de Valenzuela. Muchos grandes se pusieron al lado de Valenzuela a fin de repartir el botín. Algunos conseguían su ambición (Medinaceli, Alburquerque, Villahermosa, Rio Seco, Oropesa y Aguilar, etc.), otros quedaban excluidos (Alba, Monterrey, Medellín, Talara y los dos hermanos Aragón: el arzobispo Pascual y el presidente de Órdenes Pedro; además del confesor y preceptor del príncipe). Éstos no tardaron en formar una alianza frente al favorito y en ver al hermanastro como una posible solución a su exclusión, lo que provocaba crecientes intrigas.

Fig.7. Retrato de Fernando de Valenzuela (c. 1660)

Por Claudio Coello (Real Maestranza de Caballería de Ronda)

Poco antes de la coronación, la reina dio a Juan José de Austria el nombramiento que deseaba para Sicilia junto con una orden de partida hacia Italia. Pero la decisión de la regente llegó tarde. Juan José ya había recibido una corta misiva de su hermano el príncipe, en la que se le instaba a presentarse en palacio para que le acompañara el día de su proclamación real: “necesito de vuestra persona a mi lado para esta función (coronación) y despedirme de la reina [...]”. (No se trató pues de desobediencia a la reina, fue un acto de lealtad a su hermano el heredero a punto de ser coronado) Los cortesanos descontentos se habían ganado al príncipe. El 31 de octubre, Juan José de Austria, simulando los preparativos de embarcar para Sicilia, partía hacia Madrid con un reducido séquito y el apoyo del reino de Aragón. En Madrid era recibido con honores por su hermano el príncipe heredero y aclamado por la población con la intención de instalarse en el palacio del Buen Retiro, pero enterada la reina regente y en feroz disputa con su hijo acabó por torcer la voluntad del heredero, obligándole a firmar una orden para que D. Juan José llevara a cabo la misión encomendada en Sicilia.

Las tensiones en palacio obligaron de urgencia la reunión de los consejos de Estado y de Castilla. Se acordó mantener a la reina María Ana y a la Junta de Gobierno durante dos años más, para asistir al rey en su inexperiencia; el privado Valenzuela abandonaría la Corte y se ratificaba la orden dada a Juan José de Austria. La noticia corrió como la pólvora, el rechazo popular al Gobierno daba alas a los opositores y la tensión amenazaba sangre, incluso se rumoreó del intento de asesinato del hermanastro por la facción de Valenzuela en la noche del 6 al 7 de noviembre.

Una vez más D. Juan José obedeció la orden real y en Castilla los consejos de Estado y de Castilla recobraban el protagonismo perdido con Valenzuela y el rey pasaba a ser tutelado por la reina y se mantenía la Junta de Gobierno. Un personaje salía reforzado, el duque de Medinaceli.

La Corte no pasaba momentos apacibles entre guerras, penurias económicas, reivindicaciones territoriales y para colmo de males, Valenzuela volvió por voluntad soberbia de la reina y fue restituido en todas sus anteriores funciones. Ante tal evento, unos de los grandes, el más grade se podía decir, Medinaceli, cambió de bando y se le unión primero el conde de Oropesa al que siguieron un reguero de nobles que unidos ya a los tradicionales adversarios capitaneados por Pascual y Pedro de Aragón empezaron a preparar lo que consideraban era la salvación de aquella monarquía en manos de un inepto advenedizo: había que apartar a la reina María Ana del débil rey y poner cerca de él a un hombre como su hermano, honesto, capaz, culto y experimentado y retirado ya en Zaragoza dedicado a sus actividades intelectuales.

La alta nobleza cortesana y los nobles añadidos al bando para mostrar su desprecio hacia el primer ministro y la pérdida de consideración a su rey, hacían público un manifiesto en contra de la reina y su ministro y a favor de que se pusiera al hermanastro al lado del rey; mientras tanto le retiraban la obediencia debida y no aceptaban ninguna autoridad sobre ellos.

La reina desbordada por los acontecimientos, permitió que el rey escribiera a su hermanastro contándole al punto que habían llegado las cosas en la monarquía, y le ordenaba que fuese para asistirle en tan grave situación. La misiva se acompañaba otra de la reina ratificando la de su hijo. Así las cosas, Valenzuela se recluía en El Escorial bajo la protección de los Jerónimos, a la espera del desarrollo de los acontecimientos. (A. Domínguez Ortiz, Crisis y Decadencia de la España de los Austrias, Barcelona, Ariel, 1969).

El 2 de enero de 1677, Juan José de Austria salía para Madrid, asistido por un numeroso séquito. Allí, desposeídos Carlos II y su madre prácticamente de todo poder, D. Juan José imponía como condiciones que fuera destinada la recién creada guardia real, último bastión de poder de la regente, a Sicilia; que fuera detenido Valenzuela y que su hermano el rey fuera separado de la madre. Sus condiciones se cumplieron, Valenzuela era detenido, a pesar del amparo eclesiástico y el rey, acompañado de Medinaceli, abandonaba el alcázar para alojarse en el Palacio del Buen Retiro a la espera de su hermano. El 23 de enero, Juan José de Austria hacía su entrada en Madrid entre el entusiasmo general y del propio rey. Acababa la regencia y empezaba así el tiempo de la esperanza y de un nuevo reinado: el de Carlos II con su hermano como primer ministro que se apresuró a purgar la corte y sustituir a sus adversarios por sus leales en un rosario de destituciones y nombramientos cortesanos, consejos y territorios que deberían asegurar el mando de D. Juan José.

De inmediato, Juan José acometió un ambicioso plan de renovación política interior y exterior, que iría desde la administración temporal y espiritual hasta la política económica:

1.  Simplificó el número de ministros y oficiales en los consejos.

2.  Realizó un decreto contra la “falta de limpieza de los ministros” con el fin de conseguir la moralización de la vida pública.

3.  Centralizó los decretos de nombramientos de tenientes de corregidores en Castilla y de tenientes de gobernadores en los otros reinos, que pasaban a depender directamente de la Corona.

4. En política económica acometió el mal endémico de la inflación monetaria y del endeudamiento de la hacienda real: creó la importante Junta de Moneda que tras la difícil medida devaluadora daría sus resultados con la estabilización monetaria que se sintió en la década de los ochenta; otra Junta de Comercio se encargaría de los asuntos de esta materia; desde el lado de la fiscalidad,  contuvo la presión del fisco e hizo contribuir a los privilegiados por la vía de los donativos y respecto al clero, consiguió que volviera a contribuir con las tradicionales Tres Gracias, de que la regencia había liberado; por otra parte, no dejó de actuar por la vía de los decretos a favor de la contención del gasto y del lujo.

5. En Aragón se daba satisfacción a su demanda y se cumplía con la convocatoria de cortes y la jura del rey el 1 de mayo de 1677 (siguiendo la costumbre iniciada en el siglo XII); las cortes de los otros reinos quedaron pendientes de reunirlas ante las urgencias de gobierno y la prematura muerte de Juan José de Austria impidió su reunión (X. Gil Puyol, “La proyección extrarregional de la clase dirigente aragonesa en el siglo XVII”, en P. Molas Ribalta (ed.), Historia social de la administración española, Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Institución Mila y Fontanals, Departamento de Historia Moderna, 1980).

6. En política exterior fue partidario de la pacificación y de aceptar el estado de hecho que favorecía a Francia. A ello ayudaba la difícil coyuntura económica que le tocó en esos cortos años de gobierno: malas cosechas, brotes de peste y, por ende, ninguna llegada del esperado metal de las Indias Occidentales. Todo abocó a la necesaria firma de la Paz de Nimega, el 17 de septiembre de 1678, que suponía la inevitable pérdida de varias plazas en Flandes y del Franco-Condado a favor de Francia.

Esta decisión no fue comprendida ni compartida entre políticos y militares. Así, en medio de este ambiente de incomprensión, el hijo bastardo del rey Felipe IV moría en Madrid en la segunda semana de julio de 1679, afectado por unas fiebres fruto de la peste sin que pudiera ver ninguno de los resultados de sus actuaciones de gobierno, pero lo cierto es que a partir de todas estas y otras medidas, España empezó a remontar la severa crisis en la que estaba sumida.

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