Una democracia en horas bajas

Por Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China.

¿Será 2021 un annus horribilis para el presidente Joe Biden? La conjunción de las crisis del asalto al Capitolio en enero, al inicio de su mandato, y la desastrosa retirada de Afganistán en agosto, afecta a ejes medulares del sistema político estadounidense. Y lejos de ser hechos puntuales, con seguridad reflejan taras estructurales que apuntan a su línea de flotación. ¿Podrá enderezar el rumbo? ¿Qué reformas necesita implementar?

Los graves enfrentamientos vividos a raíz de las últimas elecciones estadounidenses evidenciaron una situación inédita. Por un momento, la “sana envidia” de su sistema de gobierno se evaporó situando al resto del mundo en la más absoluta perplejidad. El ascenso de líderes autoritarios como Donald Trump, acompañado de una polarización y división nunca vista, pone en peligro la cohesión política del país y amenaza su estabilidad. Ese riesgo persiste y constituye un serio obstáculo para acordar las grandes reformas que EEUU necesita para no perder el tren de la historia.

Pero la crisis va más allá y afecta tanto a la forma como al fondo. Si la democracia estadounidense basa su definición y fortaleza en su carácter representativo, lo menos que puede decirse es que es hora ya de propiciar una profunda reforma electoral de un sistema que tiene más de 200 años a sus espaldas y totalmente obsoleto en más de un aspecto. La eliminación de los “colegios electorales”, un filtro antidemocrático que por añadidura suma los votos del perdedor al ganador distorsionando la proporcionalidad del resultado real, se antoja una reforma urgente para asegurar la vitalidad del voto individual y la capacidad de representación de todos los electores.

Por otra parte, la democracia americana es hoy el escudo protector de los intereses de sus grandes empresas multinacionales. Tras declarar inconstitucionales las leyes que prohibían a las corporaciones contribuir a las campañas políticas, el incremento del poder corruptor del dinero en la vida política del país ha sido exponencial. Aquí gana quien tiene más capacidad para reunir dinero. Una campaña puede rondar los 4.000 millones de dólares. Y el poder económico sabe cómo obtener rédito de esa inversión ejerciendo una influencia decisiva en la política. Nos acercamos peligrosamente al dominio absoluto del proceso electoral por parte de las grandes compañías.

En paralelo, la afirmación de dinastías familiares (los Bush, Clinton, etc.), la pérdida de credibilidad de las instituciones políticas o el desapego de los ciudadanos de la política tradicional, plantean serios interrogantes sobre la legitimidad y afianzan el desentendimiento y la polarización. Así lo recogen sucesivos estudios realizados por la Encuesta Mundial de Valores.

El usufructo sistémico de las elites de todo tipo avanza en detrimento de las mayorías sociales que dice representar. El crecimiento del PIB, por ejemplo, no se ha visto acompañado de una significativa mejora social: el nivel de vida baja, la desigualdad aumenta mientras los desequilibrios y discriminaciones por razón de raza, género, acceso a servicios públicos u oportunidades se afianzan. El 1 por ciento de la población dispone de más del 40 por ciento de la riqueza total del país. La igualdad no es un trazo característico de la democracia estadounidense. Estos son datos preocupantes y argumentan la pérdida de apoyo que experimenta la democracia entre los nacidos después de 1980.

Esta degradación progresiva afecta también al equilibrio de poderes, con un sistema de mandato vitalicio en la Corte Suprema que se antoja a cada paso más insostenible en una sociedad y un mundo que experimenta una evolución a gran velocidad.

Afganistán, otro síntoma

Tras 20 años de presencia sobre el terreno, la derrota sin paliativos cosechada en Afganistán representa un significativo varapalo. De poco ha servido la presencia de múltiples ejércitos, las más sofisticadas armas, dinero a raudales… Los objetivos no se han cumplido. Y la estupefacción recorre las cancillerías occidentales.

Pero quizá lo más relevante sea el desprestigio y la pérdida de confianza. ¿Cómo hacer creíble que Washington prioriza los derechos humanos sobre cualquier otra consideración en la política exterior cuando ahora deja a los afganos, especialmente a las afganas, a expensas de la barbarie talibán? ¿Cómo objetar eficazmente que tal argumentación solo enmascara otros propósitos menos confesables? Los fracasos (de Libia a Irak, Afganistán o Siria) se acumulan en la estrategia de intervención para la “construcción de naciones democráticas”.

En la crisis de la política exterior estadounidense, se diría que Dios le da la espalda. No parece ser el pueblo destinado por la Providencia a expandir el ideal de la libertad y la democracia por el planeta como reza su “Destino Manifiesto”. 

¿Estamos ante el fin de una era? Pudiera ser. Lo más importante es extraer lecciones. Esto significaría apostar por el diálogo y la cooperación, el respeto a la soberanía y la búsqueda de compromisos. No tiene por qué arrogarse el papel de gendarme mundial ni buscar la imposición por la fuerza de su sistema Esa reflexión no debe ser patrimonio exclusivo de EEUU sino de todos los países, especialmente de aquellos que hoy se ven presionados para embarcarse de nuevo en políticas hegemónicas de confrontación que si algo expresan es el vértigo de la decadencia y a la inadecuación a las exigencias del momento presente. Afganistán nos conmina a explorar otros caminos.

La democracia estadounidense se queda atrás. No puede ser presentada como ejemplo de una democracia avanzada y exige reformas profundas. No se trata solo de reparar infraestructuras o de asegurar una posición de vanguardia en las tecnologías del futuro, sino de renovación política en su expresión más auténtica y original. El dogmatismo que tantas veces Washington esgrime como acusación frente a otros países que se resisten a mimetizar su sistema, se antoja hoy patrimonio de los EEUU.

La combinación de arrogancia y la idea de representar la culminación de la evolución de la sociedad occidental y hasta de la civilización humana precisa de una reflexión y ajuste profundo para evitar que el sistema se descomponga a merced de los privilegios y el declive del modelo de gobernanza. Pero algo tan simple y razonable suena por el momento a herejía en EEUU y mientras así sea, la retórica democrática seguirá imponiéndose al ideal de una democracia vibrante que merezca ser imitada.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China.

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A democracy in a bad moment

Xulio Ríos

Will 2021 be an annus horribilis for President Joe Biden? The conjunction of the crises of the assault on the Capitol in January at the beginning of his mandate, and the disastrous withdrawal from Afghanistan this August, affects the core axes of the US political system. And far from being one-off events, they appear to reflect structural defects in their system. Will he be able to get back on course and what reforms does he need to implement?

The serious confrontations which followed the results of the last US elections revealed a shocking situation, with events that shocked the rest of the world. The rise of an authoritarian leader like Donald Trump, accompanied by unprecedented polarization and division in society, endangers the country's political cohesion and threatens its stability. Despite Trump’s defeat, those divisions still constitute a serious obstacle to agreeing on the major reforms that the US needs in order not to lose the train of history. 

But the crisis goes further in both form and substance. If American democracy bases its definition and strength on its representative character, the least that can be said is that it is time to promote a profound electoral reform of a system that is more than 200 years old and totally obsolete in more than one respect. . The elimination of the “electoral colleges”, an undemocratic filter that adds the votes of the loser to the winner, distorting the proportionality of the real result, seems a necessary reform to ensure the vitality of the individual vote and ability to represent all voters.

On the other hand, American democracy is today the protective shield of the interests of its large multinational companies. After declaring the laws that prohibited corporations from contributing to political campaigns unconstitutional, there has been a huge increase in the corrupting power of money in the country’s political life. In the US, whoever raises the most money usually wins as the cost of election campaigns run up to 4,000 million dollars. And of course economic power wants a return on that investment by exerting a decisive influence on politics. We are getting dangerously close to the absolute domination of the electoral process by big companies.

Meanwhile the dominance of family dynasties (the Bushes, Clintons, etc.), the loss of credibility of political institutions, and the detachment of citizens from traditional politics, raise serious questions about legitimacy and reinforce disengagement and polarization. This has been reflected in successive studies carried out by the World Values Survey.

The systemic benefitting of of elites of all kinds advances to the detriment of the social majorities that it claims to represent. For example the growth in GDP growth has not been accompanied by significant social improvement: the standard of living has fallen for many, increasing inequality, while discrimination based on race, gender, access to public services or opportunities increases. The top 1 percent of the population controls more than 40 percent of the total wealth of the country. Equality is not a hallmark of American democracy and this worrying data argues for the loss of support for democracy among those born after 1980.

This progressive degradation also affects the balance of powers, with a life term system in the Supreme Court that seems increasingly unsustainable in a society and a world that is undergoing rapid evolution.

Afghanistan: another symptom

After 20 years of presence on the ground, the departure from in Afghanistan represents a significant setback. The presence of multiple armies, the most sophisticated weapons, money in abundance have been of little use as long term objectives have not been met. And the shockwave has run through western governments. 

But perhaps the most important thing is the loss of prestige and the loss of trust. How can Washington credibly say it prioritizes human rights over any other consideration in foreign policy when it now leaves Afghans - especially Afghans, at the expense of the barbaric Taliban? This is especially hard as Afghanistan follows other policy failures such as in Libya, Iraq and Syria accumulate in the intervention strategy for the “construction of democratic nations”.

One could say God has turned his back in the crisis of American foreign policy and no longer do they seem to be a people destined by Providence to spread the ideal of freedom and democracy through their "Manifest Destiny.

Are we at the end of an era? It could be, but the main thing is to draw lessons. This would mean betting on dialogue and cooperation, respect for sovereignty and the search for compromises. The US no longer needs to assume the role of world policeman or seek to impose its system by force. This reflection should not be the exclusive preserve of the United States but of all countries, especially those that today are pressured to embark on hegemonic policies of confrontation. Afghanistan urges us to explore other paths.

American democracy has begun to lag behind. It cannot be presented as an example of an advanced democracy and it requires profound reforms. It is not just about repairing infrastructures or ensuring a leading position in the technologies of the future, but about a deep political renewal in its most original expression. The dogmatism that Washington often uses to accuse other countries that refuse to mimic its system, today looks to be the patrimony of the United States.

The combination of arrogance and the idea of representing the culmination of the evolution of Western society and even human civilization, requires deep reflection and adjustment to prevent the system from breaking down at the mercy of privilege and the decline of the governance model. But something so simple and reasonable, at the moment sounds like heresy in the US and as this is the case, democratic rhetoric will continue to prevail over the ideal of a vibrant democracy that deserves to be emulated.

Xulio Ríos is director of the Observatory of Chinese Politics

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