Una comarca para mejor ver el horizonte

SONY DSC

Aunque nacidos y criados en un pueblo, pocos se dirían pueblerinos. No extraña, se ha impuesto el sentido despectivo de la palabra, el de paleto; y no gusta. Cabría preguntarse si “pueblerino” es palabra moribunda. Según “el buscador” Google Trends la palabra es poco buscada y se tiende a que lo sea menos; el número de citas en libros, de acuerdo con la herramienta Ngram, tuvo un acmé en el remoto 1966 para declinar después hasta reducirse a la mitad. Si no moribunda, cierta afección la aflige. El significado más genuino —“perteneciente o relativo a un pueblo” o “natural o habitante de un pueblo”— habría sido eclipsado por el más despectivo de paleto —“dicho de una persona: rústica y sin habilidad para desenvolverse en ambientes urbanos”—; lo que parecía sólido, se disuelve en la modernidad ambiente en la que se flota. Una pena, sí. Porque los pueblos, en trance de desaparecer, no lo han hecho del todo y los que viven en ellos serían en puridad pueblerinos, ¿hay término más cabal? Vendría al pelo. Claro que también se dice “de pueblo”, “soy de pueblo”; una locución de dos palabras, un derroche. Cierto es que pueblerino, con ser mucho, es poca cosa. Uno es de su pueblo, y a mucha honra. Ocurre a veces sin embargo que uno quisiera ser también de allí, y de más allá —solo un poquito, así es; evitar en todo caso ser tachado de traidor—: desde luego no en lo tocante al fútbol, que no; ni en la defensa del santo patrón (o patrona), que tampoco; pero sí, pongamos por caso, para echarse un novio o una novia, hacer tratos u otros menesteres igual de respetables necesitados de una más amplia demarcación. Para eso estaría, verbigracia, la comarca, el territorio afín. Nos permite alzar la vista, llegar más lejos, ensanchar el espacio y respirar: ver el horizonte. Salir del pueblo sin caer en la inconveniente vorágine de la ciudad.

Comarca es palabra llana, la comarca que interesa pudiera no serlo. Reparemos sin más en Las Hurdes, una comarca accidentada nos decimos; bien, tenemos una aproximación, pues parece existir en el imaginario colectivo una idea de comarca referida a lo físico y espacial. Hasta un tiempo no lejano, la comarca era el confín o los confines; de este modo se recoge en el Diccionario de Autoridades de 1729 que la define como “país cercano a una tierra o lugar, que está en el contorno de ella”. El mismo sentido le da el Diccionario de Voces Españolas Geográficas de la Real Academia de la Historia, publicado algo más tarde en 1796, donde se habla del “distrito del contorno”. Sin embargo, la edición de 1780 del Diccionario de la Real Academia Española define la comarca como «territorio que comprende un pueblo con todos sus alrededores» y el de 1832 proporciona la definición más actual de “división de un territorio que comprende varias poblaciones”. Es decir, cambió el sentido de la palabra: de ser el confín o los confines, ha pasado a ser lo incluido en los confines. Según la definición vigente del Instituto Geográfico Nacional, comarca sería “la agrupación de municipios con similares características de tipo natural (clima, vegetación, suelos) y humano (historia, cultura), y que mantienen una estrecha relación entre ellos, lo que, con frecuencia, genera un fuerte sentimiento de pertenencia entre sus habitantes”; en algunos lugares, se añade, se las ha dotado de personalidad jurídica y administrativa intermedia entre el municipio y la provincia. Esta definición nos resulta más cercana a la experiencia común de las comarcas asociadas a la historia o a la geografía.

No obstante, el peso de estos rasgos no lo es todo. La actual prestación de servicios abarca espacios que obligan a la planificación, a estimar por lo que interesa la justa dimensión: no se concibe un hospital en cada pueblo, pero sí uno comarcal. Por las mismas razones tampoco es concebible un instituto, ni una agencia de extensión agraria o un sistema moderno de recogida de basuras. Estos son ejemplos de servicios esenciales que están en la actualidad “mancomunados”. La mancomunidad se define como “[…] entidad legalmente constituida por agrupación de municipios”. Se ha pasado de la comarca como ente natural a una comarca de otro tipo, un ente jurídico artificial; siempre sobre una base espacial. En la práctica, estas mancomunidades de servicios se han desarrollado de manera independiente, cada una con su área de cobertura. La teoría de conjuntos, en un tiempo tan de moda, nos haría ver que si tomamos estas posibles agrupaciones por separado habría intersecciones entre ellas, léase superposiciones —espacios comunes—: estos espacios estarían delimitados por el hecho geográfico o histórico y las áreas de cobertura de estos servicios. Con estos esquemas de partida bien podrían establecerse comarcas viables que aunaran estas características. La ley lo permite. En el texto constitucional de 1978 aparece la figura comarcal al dar carta de naturaleza a las “agrupaciones de municipios diferentes de la provincia”. Algunas Comunidades Autónomas han dado cobertura legal a estos entes comarcales como unidades administrativas superiores a los municipios, sería el caso de Aragón, Cataluña, País Vasco y Castilla y León (El Bierzo); las comarcas administrativas están oficialmente reconocidas e inscritas en el Registro de Entidades Locales. Por lo que nos toca, en Castilla-La Mancha se ha perdido una oportunidad con la reciente ley de despoblación; la comarca, como es notorio, ayuda a mejorar la prestación de los servicios básicos, la programación cultural, la planificación económica, la oferta educativa y la atención sanitaria. Se trata como se ve de servicios y, por encima de todo, de oportunidades vitales: la despoblación está relacionada con esto. La palabra comarca brilla por su ausencia.

La comarca que se piensa al escribir este artículo tendría su capital en Alcázar, donde se haya el hospital Mancha Centro; la mayor empresa. La sola idea de pertenecer a esta constelación de pueblos de más de 150.000 almas eleva. Expande el horizonte. Amén de la mejora de lo existente, se vislumbra la restauración del uso de los antiguos caminos entre los pueblos, darles un hálito de vida —bien pudiera ser mediante la creación de un red de carriles bici segregada—: se atisba en el tráfago de idas y venidas encuentros gozosos entre vecinos. Por vislumbrar, se vislumbra una cartelera común de espectáculos. Y en consonancia con la reciente ley europea, la restauración de la naturaleza allí donde se pueda: respeto a la agricultura y a los agricultores que no en vano son el sector primario. Si usted ha llegado hasta aquí, lector benevolente, súbase a esta atalaya de la imaginación y vislumbre…: añada en su fuero interno lo que entrevea para esta comarca aún sin nombre*. Gracias.

Alfonso Carvajal

*El nombre importa. Por el nombre se malogró la unión de Villanueva y San Benito.

Más en Opinión
Entrando en la página solicitada Saltar publicidad
Advertisement