Conducta adictiva a internet

Por Antonio Leal Jiménez

En los últimos años se ha producido una revolución tecnológica que tuvo sus orígenes a mediados del pasado siglo, cuando el Departamento de Defensa de los EE.UU creó internet. Ello, entre otras cosas, permitió el desarrollo y masificación de nuevos dispositivos tecnológicos, que pretenden hacernos la vida más cómoda y sencilla. Algunos ejemplos los tenemos en el teléfono móvil, los ordenadores personales, la tablet, las pulseras inteligentes, etc., que han ido fomentando un intercambio global y ágil, que lleva a plantearnos una modificación de los paradigmas de la comunicación hasta hoy conocidos. En sus orígenes, los medios digitales fueron recibidos con cierta cautela, causada seguramente por la desconfianza inmediata que genera lo nuevo, e incluso, como una fuente de peligro principalmente para las personas más jóvenes.


Cuarenta y cuatro años separan dos videos fácilmente localizables en YouTube. En el año 1969: Neil Armstrong bajó del módulo lunar y declaró: “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. Treinta y cuatro años más tarde el astronauta canadiense, Chris Hadfield, flotaba en el espacio mientras empuñaba una guitarra acústica y cantaba la canción “Space Oddity” inspirada en la película de Stanley Kubrick “2001: Una Odisea en el Espacio”, del músico y compositor de rock británico David Bowie. Este ejemplo nos muestra el progreso de la tecnología. Hemos pasado de la que era accesible solo para unos pocos elegidos, a su amplia distribución en la población de todo el planeta.


En la actualidad la población mundial es estimada en 7.800 millones de personas, de las que cuatro mil quinientos millones somos internautas. Un dato paradigmático es el fuerte incremento del porcentaje de viviendas que cuentan con conexión a Internet. En España, en el año 2020, el 95,3% de los hogares tiene acceso a Internet (INE) por banda ancha fija y/o móvil, lo que significa que gran parte de la población se han dejado seducir por las nuevas tecnologías y las han incorporado a su vida cotidiana como canal de comunicación.

Nos encontramos viviendo lo que se ha denominado “sociedad de la información”. Gracias a las redes sociales como Facebook, You Tube, Instagram, Twitter o Linkedin, por citar las más utilizadas, que cuentan con miles de millones de usuarios en todo el mundo, numerosos grupos de personas permanecen conectadas manteniendo relaciones motivadas principalmente por la amistad, parentesco, intereses comunes y para compartir conocimientos.


La Word Wide Web —comúnmente conocida como WWW, W3, o la Web— es un sistema interconectado de páginas web públicas accesibles a través de Internet y sus encarnaciones móviles se contemplan, sin temor, como fuente de distracción y confusión en muchos de los sectores de la población que debería compartir su tiempo con mejores menesteres. La enorme popularidad de la comunicación en línea entre los jóvenes ha provocado reacciones encontradas. Las preocupaciones se están centrando en el desarrollo de relaciones superficiales con extraños, el riesgo de adicción y engaños y la mayor probabilidad de ser víctima de ciberacoso.


Su uso masivo nos conduce a una reflexión que nos permita visualizar tanto los riesgos como las oportunidades de la utilización de este nuevo medio de comunicación fundamentalmente por parte de los jóvenes y algunas personas mayores. Dado que el uso y permanencia medido en tiempo ha ido aumentando, ya sea a través de un ordenador, un smartphone o cualquier otro dispositivo, lo cierto es que cada vez pasamos más tiempo conectados (los españoles de 16 a 64 años, lo hacemos durante 6 horas y 11 minutos al día, según un estudio de Digital 2021 Global Overview Report).


La ciberadicción o comportamiento adictivo en Internet se define como “un patrón de conducta caracterizada por la pérdida de control sobre su uso”. Este proceder conduce al aislamiento y descuido de las relaciones sociales, desarrollando comportamientos adictivos similares a la dependencia de cualquier otra adicción. Suelen originarse situaciones que conlleva a una pérdida de control y en la mayoría de las ocasiones se pretende huir de la realidad.


Conviene destacar algunos de los efectos que suelen producirse: los rendimientos escolares entre los jóvenes han ido disminuyendo notablemente, ya que se dedica demasiado tiempo a estar conectado; cuando alguien interrumpe, se expresan con irritabilidad; cuando no se está conectado, suelen manifestarse con ansiedad, depresión o aburrimiento y pérdida de sueño, ya que suelen quedarse navegando y chateando hasta muy tarde, siempre pendiente de los mensajes y de forma obsesiva se mira el doble clic del WhatsApp. Estos hechos se han convertido en un hábito generalizado el revisar el teléfono al despertar o irse a dormir.


La adicción a las redes sociales genera el chequeo compulsivo, definido como el “impulso de verificar mensajes y mantenerse al día”, y que está relacionado con el fenómeno conocido como “miedo a perderse algo” que tiene graves consecuencias en los hábitos de las personas. El sueño derivado de la adicción a las redes sociales puede empeorar la salud mental y puede provocar una pérdida de habilidades en la comunicación personal que conduzca a una pérdida de relaciones sociales creándose falsas realidades.

Desde otra perspectiva, Internet puede ser considerado como una oportunidad para mantener y profundizar las relaciones creadas en la persona, explorar la propia identidad, encontrar apoyo para temas sensibles, desarrollar habilidades, entre otros. Puede también ser beneficioso porque se relaciona con el aumento de la autoestima, y porque se pueden crear y mantener conexiones entre las personas, fomentando la comunicación activa y, de este modo, reducir la soledad. Plataformas como YouTube han mostrado tener un impacto positivo en el bienestar mental de los jóvenes.


A pesar de los grandes beneficios que pueden comportar la utilización de las redes sociales, no están exentas de los riesgos para las personas que habitualmente las utilizan. Los ordenadores suelen ser vulnerables y miles de intrusos están continuamente acechando y su uso se ha visto incrementado por el COVID-19. Los ciberdelincuentes pueden captarnos los datos acumulados, tanto financieros como de identificación, en nuestros ordenadores y teléfonos móviles. El riesgo se encuentra en la utilización que solemos hacer. Es tiempo de que aprendamos a utilizarlo de forma segura y responsable para evitar problemas.

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