Blas Cabrera y Felipe: Sobre la superación de la precariedad científica

Por ANTONIO MORENO GONZÁLEZ, maestro de escuela, doctor en ciencias físicas y catedrático emérito de la UCM (reseña publicada en la revista digital Zenda, editada por Arturo Pérez-Reverte)

El 15 de diciembre de 2020, con el artículo “Amagar y no dar: la ciencia en España” me ocupé en estas páginas del libro de José Manuel Sánchez Ron El país de los sueños perdidos: Historia de la ciencia en España. Finaliza este documentado y extenso trabajo (1150 páginas) con esta admonición:

“Necesitamos a la ciencia para ser mejores, más libres, y estar más informados y no pasar como meros transeúntes por este azaroso viaje que es la vida. Necesitamos de la ciencia, de la investigación científica, para ser algo más que un país de servicios, aunque sea un moderno y hasta cierto punto rico país de servicios. Nos va mucho en ello, porque no se trata solo del problema de la ciencia en España, sino también y acaso sobre todo, del problema de España. Más aún para el futuro, que es lo verdaderamente importante. El pasado, pasado está. Aprendamos de él.”

 

El capítulo 13 de aquel libro se ocupa de “Los mundos de Blas Cabrera y Enrique Moles: física y química en la JAE”. Recordemos que la JAE fue la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas creada en 1907 y finiquitada en 1938. Pues bien, Sánchez Ron, a quien la figura de Blas Cabrera le venía rondando hace décadas, según confiesa en la introducción, habiéndose ocupado de él en muchas ocasiones, se ha quitado esa carga de encima con este nuevo libro: Blas Cabrera, científico español y universal publicado por la editorial Los Libros de la Catarata con el apoyo de la Real Sociedad Española de Física y la Fundación Ramón Areces.

El libro, de 395 páginas, está estructurado en los siguientes capítulos: El comienzo de una carrera: de estudiante a académico de ciencias; El Laboratorio de Investigaciones Físicas; La obra científica de Cabrera; “Embajador” científico en Hispanoamérica; Consolidación social de Cabrera y de la física en España; El Instituto Nacional de Física y Química; Exilio; Epílogo; Anexo: relaciones de Cabrera con la Junta para Ampliación de Estudios; 18 páginas de Bibliografía y 6 con la obra de Cabrera, 14 de índice onomástico y 31 ilustraciones. El libro transcurre entre los comienzos de la Restauración de la monarquía española (1875) y la calamitosa guerra civil del 36. Tiempo  en que se alcanzó, al fin, el deseado y buscado esplendor de la física en España y, lamentablemente, su posterior decaimiento por el ominoso exilio a que se vieron sometidos nuestros científicos más relevantes, Blas Cabrera y Felipe (Arrecife de Lanzarote, 1878 – Ciudad de México, 1945) entre ellos. Tiempos considerados como la “edad de plata” de la cultura española en todas sus manifestaciones. De cómo se aproximó la física a los niveles internacionales y de los avatares para conseguirlo, vamos a trazar algunos rasgos que cimentaron, a la postre, la labor del ilustre científico canario. Como quiera que este libro es apéndice de aquella Historia de la ciencia en España, y por ello complementarios, prescindiré de datos y comentarios argüidos en la reseña de aquel a la que fácilmente puede recurrir el lector interesado.

José Manuel Sánchez Ron y Antonio Moreno. Bucarest,1981. XVI Congreso Internacional de Historia de la Ciencia

Entre los indicadores de modernidad de los pueblos cuenta la incorporación de las nuevas teorías científicas, de la física en particular tenida por siglos como la ciencia por excelencia, a las enseñanzas universitarias. La creación de cátedras desde las que ocuparse en esos contenidos ha sido, por tanto, una muestra de la sensibilidad científica de gobiernos e instituciones docentes. Y por supuesto, del profesorado que las desempeñara.

Reinando en España Carlos III -que ocupó el trono desde 1759, con 43 años de edad, procedente del reinado de Nápoles y Sicilia, hasta su muerte en 1788-, se creó en 1771 la cátedra de Física Experimental en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid,  el que fuera  Colegio Imperial de los jesuitas  hasta su expulsión en 1767. La obtuvo por oposición Antonio Fernández Solano. Parece ser la primera establecida en España que había de servir de modelo para otras similares en centros donde se estudiaban las ciencias exactas, físicas y naturales aplicadas al arte de la guerra, al de navegar, a la industria y al comercio, que no tenían rango universitario. Simultáneamente se creó un Gabinete de Física y la dotación necesaria para la construcción de aparatos y máquinas de uso en las demostraciones físicas, que tuvo al frente a los “artífices maquinistas” Diego y Celedonio Rostriaga. Estas decisiones trataban de competir con las enseñanzas de la física dominadas por las órdenes religiosas para las que era un mero añadido de las enseñanzas de la moral y la filosofía natural, impartidas en latín, en las Facultades Menores preparatorias para las Mayores (Cánones, Leyes y Teología). Este era el panorama universitario entonces. El movimiento ilustrado que aquel monarca propició consideraba la física una ciencia útil  junto con las matemáticas, la química, la agricultura, la metalurgia y la economía para el progreso de los oficios, la industria y el comercio. En estas nuevas enseñanzas, hechas en castellano, se hacía hincapié en las demostraciones experimentales e incluían principios de la física newtoniana, la ciencia moderna a la sazón. La creación de aquella cátedra era, por tanto, un intento de modernización docente para, a su vez, mejorar la vida pública. Aunque tuvo algunas repercusiones a través de no pocas intentonas en las reformas docentes, el balance es frustrante. Hasta 1845 que se crean –Plan Pidal- los Institutos de Segunda Enseñanza, que vienen a asumir la función preparatoria de las Facultades Menores, y 1857 que la ley Moyano crea las Facultades de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, no se consiguen regular definitivamente las enseñanzas académicas de la física formando parte de los múltiples planes de estudio sucesivos, consecuencia de la apetencia reformista –más en el papel que en la práctica- de los múltiples gobiernos.

Lo novedoso de aquel maremagno legislativo fue la inclusión de Física Matemática como asignatura de doctorado en ciencias, aunque donde más peso tuvo fue en las Escuelas de Ingenieros. En esta materia caben destacarse: José Echegaray, de la Escuelas de Caminos, y Gumersindo Vicuña de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central. Puede que este último, en su libro Introducción a la teoría matemática de la electricidad (1883) fuera el primero en dar a conocer en España la teoría del campo electromagnético publicada por James Clerk Maxwell en A Treatise on Electricity and Magnetism (1873), avanzada teoría unificadora de los saberes sobre electricidad, magnetismo y óptica. De este catedrático hay que destacar, visto desde la perspectiva de la modernidad que nos ocupa, el discurso en la Universidad Central Cultivo actual de las Ciencias físico-matemáticas en España (1875):

“Si nuestra patria ha de adquirir la importancia a que su historia y condiciones le dan indiscutible derecho, si hemos de comulgar con la Europa sabia en los principios y temas, es preciso dirigir la cultura nacional hacia las ciencia físico-matemáticas y naturales, hasta ponernos al nivel de las otras actividades del pensamiento y de la fantasía y hasta hacernos dignos de lo que el moderno saber demanda y exige.”

Denuncia cómo antes del Plan Pidal  “estábamos en pleno siglo XVI” y como la ley Moyano fue decisiva para eliminar el “espíritu escolástico” de las enseñanzas científicas a favor del “espíritu moderno”. Y ensalza la modernidad del Decreto (2/6/1873)  del geólogo y Ministro de Fomento (donde se disponía sobre educación hasta 1900 que se crea el Ministerio de Instrucción Pública) Eduardo Chao, presidiendo Estanislao Figueras la efímera Primera República (11/2/1873–29/12/1874), “reorganizando la enseñanza de las actuales Facultades de Filosofía y de Ciencias exactas, físicas y naturales” en el que no escatima el fervor patriótico tan al uso: “Deben ser los pueblos republicanos los más instruidos, educados y cultos de la tierra…” Si la ley Moyano es un claro reflejo de la política educativa francesa,  en las propuestas del ministerio Chao se deja notar la influencia alemana. Tanto el Decreto referido como el Plan general de instrucción pública, fueron redactados bajo la supervisión del director general Juan Uña, correligionario del también alumno del krausista Sanz del Río, Francisco Giner de los Ríos, a un paso (1876) de capitanear la Institución Libre de Enseñanza, al margen de la enseñanza oficial por profundas desavenencias con el Gobierno de la Restauración.

La novedad más atrevida del Plan Chao fue el desgajamiento de la Facultad de Ciencias en tres: Matemáticas, Física y Química e Historia Natural. Y respecto a las materias de enseñanza, introduce Prolegómenos de Física, con orientaciones metodológicas e iniciación al manejo del instrumental científico; Estudios teórico-prácticos de investigación en la Física, cuyo objetivo era fomentar la investigación; la Física matemática, obligatoria para los físicos y no, como ya hemos dicho, sólo para el doctorado en matemáticas y para ingenieros. Además, dispone que, dependientes de la Facultad, se organicen laboratorios públicos de investigación análogos a los Seminarios de la universidad alemana; suspende los exámenes, salvo el de doctorado y exige que los alumnos conozcan el idioma alemán. Para reconocer el grado de modernidad de esta disposición ministerial, basta echar una hojeada al volumen 2 – “The Now Mighty Theoretical Physics 1870-1925” – de la obra Intelectual Mastery of Nature. Theoritical Physics from Ohm to Einstein (The University of Chicago, 1986), de Christa Jungnickel and Rusell McCormmach, en la que los detalles apuntados y la declaración de intenciones del Decreto, se aproximan a los indicadores de la progresía científica de aquel tiempo.

Pero aquel avanzado y esperanzador Decreto fue aplazado en su aplicación bajo la presidencia de Pi y Margall, ocupando la cartera de Fomento Eduardo Benot  que solo mantuvo el cargo 17 días en aquel compulsivo año y diez meses republicanos: se sucedieron cinco presidentes del Poder Ejecutivo, que no propiamente de la República  porque no llegaron a dictar una Constitución, y múltiples ministros en el acostumbrado baile de carteras de la política española. No llegó a recuperarse la reforma Chao porque, caída la República, con Cánovas del Castillo se inicia la ya aludida Restauración monárquica y la instrucción pública se complica en todos los niveles docentes. De manera que nada de lo que pudo haber sido, fue. La universidad española continuó alejada de las europeas, y por mucho tiempo en lo tocante a la que ya empezaba a ser un referente de excelencia: el germen de la Física Teórica pronto reconocida como una “ciencia separada” formando junto con la Experimental una “unidad completa”, en palabras de Wilhelm Wien  al referirse a “la ahora poderosa física teórica” a finales del siglo XIX diferenciada de la experimental porque “utiliza las matemáticas como herramienta principal en su proceso deductivo y exige una familiaridad íntima con todos las novedades de esta ciencia que avanza rápidamente”.  Wilhem Boltzmann  utilizó por primera vez la denominación “físico teórico” para que sus alumnos entendieran mejor el ámbito de la física en que se ocupaba su maestro Josef Stefan: radiación del cuerpo negro, notación vectorial de las ecuaciones de Maxwell, teoría cinético molecular… Boltzmann fue nombrado en agosto de 1890 “profesor ordinario de física teórica” para desempeñar la primera cátedra con esta denominación en la Universidad de Munich. Inmediatamente después a estos sucedidos primigenios, se produce la gran eclosión de la física teórica: teorías atómicas, teorías de la relatividad, mecánica cuántica y cosmología. Indicadores determinantes de la modernidad científica del siglo XX. Escenarios por los que anduvo el científico español Blas Cabrera, nacido un año antes que Albert Einstein, llegando a alcanzar un reconocimiento universal inusitado en España, salvo el desbordante caso de Ramón y Cajal. A cómo y en qué circunstancias alcanzó  Cabrera aquella nombradía está dedicada esta obra que, además de lectura, como todos los libros, es de referencia, consulta y estudio para quienes quieran saber.

Los años finiseculares del XIX están marcados en España por el llamado desastre del 98, que en opinión de algunos historiadores no fue tan desastroso, pero si fue un aldabonazo para llamar la atención sobre nuestra insignificancia en la ciencia mundial. Menéndez Pelayo que, siendo un erudito de primera fila, no ha gozado de buena prensa por su condición ultramontana y otros desvaríos, con una actitud menos apologética que en su obra La Ciencia Española (1876), en “Esplendor y decadencia de la cultura científica española” (La España Moderna, 1894) refiriéndose a nuestra “necesaria regeneración científica” escribe: “Para ello hay que empezar por convencer a los españoles de la sublime utilidad de la ciencia inútil”. Ciencia inútil que, a diferencia de la ciencia útil propugnada por los ilustrados, diera paso a la práctica de la ciencia en sí y por sí misma y no como medio para otras finalidades. Conceptos en absoluto utilizados antagónicamente, pero convenientes para apoyar la investigación en las ciencias y en cualquier ámbito del saber. En este sentido, está resultando exitoso, recientemente, el Manifiesto de Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil (Acantilado, 2013). Y a esta misma intención se refería José Rodríguez Carracido cuando en la creación (1903) de la Sociedad Española de Física y Química (SEFQ), Real a partir de 1928, presidida por Cabrera en 1916, 1923 y 1924, animaba al profesorado español de física y de química a enviar “trabajos con un poquito de originalidad” a Anales, la revista de la Sociedad que alcanzó prestigio internacional, donde Cabrera publicó la mayoría de sus investigaciones y participó frecuentemente en las Secciones “Sumarios y extractos de revistas” y “Libros recibidos y notas bibliográficas” dando a conocer trabajos realizados en el extranjero.   Carracido que fue un destacado activista por la ciencia, en aquellos alardes de exaltación patriótica, porque estaba en juego “el honor de España”, recordaba cómo alguien “refiriéndose a los títulos de las asignaturas de la segunda enseñanza, dijo donosamente que nuestra derrota era inevitable, por ser los Estados Unidos el pueblo de la Física y Química y España el de la Retórica y Poética”. En la sección “Notas alemanas de Física” (cerca de 300), publicadas entre 1905 y 1911, enviadas a Anales por el químico alemán Werner Mecklenburg, profesor de la Real Escuela de Minas de Clausthal (Baja Sajonia), se dieron las primicias de la relatividad especial y los cuantos de Planck, entre otras. A su vez facilitó la publicación de trabajos españoles en las revistas Chemical Zeitung y Physikalishe Zeitschrift. En 1908 fue honrado con el título de Caballero de la Orden Civil de Alfonso XII. De él tradujo Enrique Moles Fundamentos experimentales de Atomística (Romo, 1911), prologado por Carracido y Tratado de química (Gustavo Gili, 1924) utilizado como texto en las Escuelas de Ingenieros y Facultades de Ciencias. Cuando se crea la SEFQ, Cabrera, socio fundador, tiene 25 años y se codea con los más distinguidos profesores españoles que en cuanto a actividades experimentales se limitaban a las prácticas comprobatorias en el aula. Insuficientes para Cabrera que sentía una decidida inclinación por el trabajo en el laboratorio. Pasados dos años obtiene la Cátedra de Electricidad y Magnetismo en la Universidad Central que le permite, en la escasa medida que era posible, iniciarse en la investigación a que quería dedicarse: el magnetismo, especialmente.

Al socaire de los nuevos derroteros, rompedores con los principios de la física clásica, por los que a comienzos del siglo XX empezó a discurrir la física y empeñados, el puñado de profesores españoles sabedores de aquella ruptura, en que “cuando no hay medio natural científico es menester crearlo”, se sucedieron centros de investigación al margen de la Universidad, que se mantenía aferrada a tradiciones obsoletas, salvo el conato de reforma que suponía el Proyecto de Organización de las Facultades de Ciencias de las Universidades de España, presentado en 1917 al resto de Universidades del Reino, elaborado por una Comisión de la Facultad de Ciencias de Madrid, siendo decano el matemático Luis Octavio de Toledo, e interviniendo por el ámbito de la física y la química Blas Cabrera y Ángel del Campo, respectivamente. El documento es un manifiesto por “reformar, de modo radical y profundo, las Facultades de Ciencias en España” donde se exigiera “educar para la investigación científica”:

   “Permanecer más tiempo impasibles; no intentar, por todos los medios, salir del punto muerto que supone la situación actual; no luchar denodadamente contra todos los obstáculos que a ello se opongan, sería contraer ante el país y el porvenir, grandes y nunca gratas responsabilidades.”

 

    En el Proyecto se establece para el segundo periodo de licenciatura, el de especialización, una duración de dos años (el primero - estudios generales - eran otros dos) y entre las 15 especialidades de las ciencias exactas, físico-químicas y naturales,  figuran Física Teórica, Física y Física del Globo. En las asignaturas de Física Teórica, existente ya en las universidades europeas, se introducen, además de Mecánica Racional y Física superior, Teoría de funciones, Ecuaciones diferenciales y la Física matemática que ya venía de otros planes. El programa de Física superior, común a las tres especialidades, incluye, junto a otras novedades, “Leyes de la radiación. Cuerpo negro” y recomienda textos de actualidad, ingleses y franceses. En esta ocasión ya no era un simple cambio de nombres de las asignaturas para seguir haciendo lo mismo, como venía sucediendo con las sucesivas “reformas”: Física General, Física Particular, Física Superior, Ampliación de Física, Física Teórica y Experimental sin alteración de los programas. Ahora la cosa iba en serio. Pudo suponer un avance, pero como tantos otros intentos, quedó en agua de borrajas.

    En la “Organización administrativa y económica”  proponen la creación de Institutos de investigación dependientes de las Facultades, habitual en otros países, y acaso tomando como ejemplo - ¿para competir? - los centros existentes ya en España, al margen de la universidad, a partir de 1907 con la creación de la JAE, que presidida por Cajal fue el organismo dinamizador de una estimulante modernidad científica, en el que Blas Cabrera desempeñó un protagonismo capital, gozado y compartido con la física internacional hasta el hachazo del 36. Sin lugar a dudas, escribe Sánchez Ron:

“La obra científica de Blas Cabrera no habría sido lo que finalmente fue si no hubiera dispuesto, primero, del Laboratorio de Investigaciones Físicas y, posteriormente, del Instituto Nacional de Física Y Química, ambos organismos de los que fue director.”

 

Organismos creados por la JAE, en 1910 y 1932, respectivamente, contando este último, que absorbió al primero, con una sustanciosa financiación por parte de la Fundación Rockefeller norteamericana. De los avatares  por los que transcurrió la creación del Instituto se ocupa el capítulo 6. Una muestra más del secular removimiento de obstáculos a que se enfrentan en España quienes apuestan por superar nuestra indigencia científica.

A la obra científica  de Cabrera está dedicado el capítulo 3 (68 páginas). Fue un científico de laboratorio donde, a su vez, se formaron colaboradores, luego también científicos sobresalientes, como: Enrique Moles, Miguel Antonio Catalán, Julio Palacios, Arturo Duperier, José María Torroja. Y en los años precedentes al exilio: Salvador Velayos, el “joven profesor”, como, jocosamente, se llamaba a sí mismo, ocupado “en una tesis de la tercera edad”, decía,  de quien tuve la suerte de ser alumno en sus clases de Magnetismo en la Complutense, donde me despertó el interés por la historia de la física, y Nicolás Cabrera, hijo de D. Blas, que así era conocido por todos. Y otros menos conocidos pero no menos relevantes en su trabajo experimental. Es de interés, por su trascendencia internacional, la estancia en el Instituto Nacional de Física y Química del alemán Hermann Fahlenbrach, investigador en metales magnéticos, relatada en un apartado revelador por concomitancias políticas que descubrirá el lector del libro, así como los fundamentos y resultados de la actividad experimental de Cabrera.

Publica su primer artículo en Anales (Año I, 1903, TI), “Sobre  la determinación de la constante del dilatómetro de Le Chatelier” firmado con Manuel Tomás Gil García, realizado en el Laboratorio de Física de la Universidad de Madrid, donde ambos eran profesores auxiliares de la Facultad de Ciencias. En la nota necrológica que hace Rodríguez Mourelo, fundador de la SEFQ, sobre Gil García, tesorero de la Sociedad entre 1921 y su fallecimiento en 1929, coincidiendo varios años con Cabrera como presidente, destaca su dominio del manejo del instrumental científico y el apoyo a quienes se iniciaban en las actividades experimentales “para producir buenos investigadores”. La relación con Gil García y el “decisivo influjo”, que apunta Sánchez Ron, del catedrático de Física General Ignacio González Martí, fueron el espaldarazo de salida para su exitosa carrera investigadora. 

 “La generación a que pertenezco fue educada en un ambiente hostil hacia la teoría atómica”, escribe Cabrera  en Revista de las Españas ( Madrid, agosto de 1926) refiriéndose a la polémica entre atomistas y energetistas. Sobre aquellas discrepancias, consúltese “Atomismo versus energetismo: controversia científica a finales del siglo XIX”, A. Moreno (Enseñanza de las Ciencias, 2006, 24(3), 411-428). Los energetistas, con Helm, Mach, Otswald y Duhem a la cabeza se atrincheraron en lo que consideraban “la innecesaria ficción de los átomos”, en palabras de Carracido propagador de la Energética en España. Ludwig Boltzmann fue un combativo atomista, ninguneado públicamente por Ostwald en un Congreso en Lübeck (1895). Boltzmann “sufrió mucho por el hecho de que se sintió aislado y pensó que sus ideas recibieron poca atención en Alemania”, escribe Carlo Cercignani en Ludwig Boltzmann. The Man Who Trusted Atoms (Oxford, 2006, prologado por Roger Penrose). Buscando alguna explicación al suicidio de Bolzmann en Duino (1906), dentro de su carácter depresivo, añade: “Era un amante frustrado que se había dedicado a la teoría atómica, pero su amor no fue correspondido porque sus contemporáneos no pudieron comprender su gran visión”. Sin duda, que hostilidades las hubo.

Cabrera canalizó su interés por las teorías atómicas mediante el escrutinio del comportamiento magnético de la materia. Su tercer artículo en Anales (Año I, 1903, Tomo I) fue “Sobre la trayectoria de los rayos catódicos en un campo magnético cualquiera”. En 1911, publica con Moles “La teoría de los magnetones y la magnetoquímica de los compuestos férricos”, investigación realizada en la Escuela Politécnica Federal de Zurich trabajando ambos bajo la dirección de Pierre Weiss. En “Las propiedades magnéticas y la estructura del átomo” (Anales, 1922) hace balance de sus investigaciones. Y en (Anales, 1923) se constata su pertenencia a la comunidad internacional de físicos, por los intercambios mantenidos y el conocimiento al día del asunto,  en “Los magnetones de Weiss y de Bohr y la constitución del átomo”, dos visiones - la primera experimental; la otra, teórica desde una perspectiva cuántica – del magnetón, unidad natural de momento magnético molecular, algo así como un “átomo” de magnetismo, permítaseme la licencia. De su dedicación al magnetón y de la ley Curie-Weiss-Cabrera-Duperier, denominación sugerida por Sánchez Ron, sobre la relación entre imanación y temperatura, se informa  en este capítulo 3.  

Definitivamente, aquellas investigaciones consolidan como académico y científico, y en consecuencia, como personaje socialmente reconocido, a D. Blas. Como culminación de aquel trabajoso camino, se le abrieron las puertas de los selectos Consejos Solvay celebrados en Bruselas desde 1911. Fue invitado en 1930 (“El magnetismo”) y 1933 (“Estructura y propiedades del núcleo atómico”), compartiendo mesa con los físicos más eminentes: Mme Curie, Einstein, Rutherford, Bohr, Planck, de Broglie, Weiss, Fermi, Schrödinger, Dirac, Sommerfeld, Pauli, Langevin…Algunos venidos a España gracias al auge que la física experimentó con el impulso de la JAE.

Aminorada la controversia a favor de la discontinuidad de la materia - el atomismo - con el reconocimiento de la naturaleza corpuscular (electrones) de los rayos catódicos a partir de los experimentos cruciales de Jean Perrin (1895) y J. J. Thomson (1897), de quien Cabrera traduce Electricidad y Materia (Romo, 1909), sucede, casi al tiempo, la revolucionaria teoría de la discontinuidad de la energía, los quantos de  Planck, que junto con la relatividad de Einstein  fueron dos “píldoras” que hubieron de digerir los físicos de todo el mundo ante la desestabilización de los pilares newtonianos que sustentaban la física. Teorías que, entre otras repercusiones,  afectan a la interpretación de la naturaleza corpuscular de la materia, como sugiere Cabrera en el prólogo a ¿Qué es la materia? de Hermann Weyl (Revista de Occidente, 1925): “Weyl se ve empujado a esta sugestión [ las relaciones entre la materia y el espíritu] al discutir la significación de los electrones en el estado actual de la ciencia”. Cabrera, tras referirse a ambas teorías en la conferencia radiofónica emitida el 21/1/1936 publicada  por la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias ese mismo año bajo el título La Física que aprendió nuestra generación y la que hoy se enseña, aludiendo de nuevo al calvario pasado con los embates de la Física, concluye:

“…mi generación ha ganado el derecho a que se le reconozca una flexibilidad intelectual que acaso no aprecien bastante quienes no se han visto nunca precisados a realizar este difícil ejercicio de acrobacia mental.”

 

En la sesión del 14 de enero de 1919 de la SEFQ, presidida por Leonardo Torres Quevedo, fue leída una carta de Cabrera a la Sociedad “proponiendo socio Honorario al profesor Einstein, tan conocido por su trascendental teoría de la relatividad, cuyos principios y consecuencias tocan a todas las Ciencias”. Propone “extenderla en nuestra Patria…y pueda ser aplicada por los jóvenes investigadores en sus indagaciones”. Y añade que para la publicación de comentarios en Anales sobre Manuales dedicados a la relatividad la Sociedad se “entienda” con la de Matemáticas (creada en 1911) para que la redacción sea “clara y sencilla”. Con esta intención, Cabrera publica Principios de Relatividad. Sus fundamentos experimentales y filosóficos y su evolución histórica (1923, Madrid, Residencia Estudiantes). Año en que Albert Einstein visitó España y contó entre sus introductores y anfitriones con Cabrera y Esteban Terradas, ingeniero, matemático y físico, catedrático en diversas áreas de la física, que en sus publicaciones e intervenciones públicas también se ocupo de la relatividad y la teoría cuántica. Igualmente difundieron estas teorías desde sus respectivas posiciones otros profesores. Entre los más significados caben destacarse: José María Plans Freyre, catedrático de Mecánica de la Universidad de Madrid que además de sus trabajos sobre relatividad, tradujo Los fundamentos de la Teoría de la Gravitación de Einstein (Calpe, 1922) del astrónomo Erwin Freundlich, prologada por Einstein con quien colaboró en la Universidad de Berlín., y Espacio, Tiempo y Gravitación (Calpe, 1922) de Arthur S. Eddington, astrónomo británico que confirmó las predicciones relativas a la desviación de los rayos de luz frente a masas gravitatorias hechas por Einstein en su teoría general de la relatividad. Pedro Carrasco, catedrático de Física Matemática de la Universidad de Madrid, que llegado al exilio en México publicó La Nueva Física (Colección Siglo XX, “Biblioteca del Maestro”, ediciones El Nacional, 1941) centrado en las revoluciones relativista y cuántica. Fernando Ramón Ferrando, catedrático de Física en las Universidades de Murcia, Valencia y Salamanca que entre sus publicaciones destacan: Materia y Radiación (1924), Los cuantos de acción (1933), Micromecánica Elemental (1951) “un tratado de Física atómica, sin olvidar la Relatividad que junto con las ideas de Planck, son el punto de partida de la Física moderna” escribe desde el exilio el profesor de física de Escuelas Normales Modesto Bargalló en sus comentarios sobre el libro(Ciencia, México, 1953), y las curiosas Reflexiones sobre la base física de la mente (1958), centrado en las figuras de Einstein y Bolztmann. Los catedráticos de la Universidad de Granada: de Física Teórica y Experimental,  José Domingo Quílez  quien en las “Palabras finales” de su actual y documentado discurso de inauguración del curso 1934-35, Estructura, expansión y evolución del Universo, dice: “Sus leyes (al Universo astronómico se refiere) forman un capítulo de los dos con que se ha enriquecido la Física contemporánea, aunque todavía sin razón sólida no se mencione en absoluto en los textos y en las explicaciones orales universitarias de las generalidades de esa Ciencia”; de Química Física, Adolfo Rancaño, formado en el Instituto Nacional de Física y Química que en la apertura del curso 1941-42, tras referirse a “las grandes teorías de la Física actual” y a la inducida necesidad del “empleo de algoritmos matemáticos nuevos”, se ocupa “del Álgebra simbólica de Dirac [de la que] no se ha escrito nada en nuestro idioma”. Para que aquellas novedades formaran parte de las enseñanzas regladas de la física universitaria, aunque hubo quienes las introdujeron como comentarios ocasionales en las aulas, hay que esperar a 1967 cuando se crea la primera cátedra de Física Teórica en la Universidad Complutense de Madrid que pasó a desempeñar Alberto Galindo, catedrático de Física Matemática (1963-67) de la Universidad de Zaragoza. Es entonces cuando puede decirse que en España se inicia la incorporación efectiva a la modernidad científica del siglo XX.

Interesado por la formación científica en todos los niveles educativos, Cabrera participa en 1932 junto con Moles, Palacios, Catalán, Madinaveitia y Guzmán Carrancio, desde el Instituto Nacional de Física y Química, en el “Cursillo de información metodológica para el Profesorado de las Escuelas Normales” que cursaban sus estudios en el entonces Palacio de la 1ª Enseñanza en el Paseo de la Castellana, reconvertido durante la guerra civil en sede del Servicio de Defensa contra Gases “Rosa Luxemburgo”, del Servicio de Guerra Química del Cuartel General del Generalísimo en 1939, y desde 1940 Escuela Superior del Ejército, hoy CESEDEN. Con el mismo propósito de expansión científica y cultural, aprovechando el prestigio que estaba adquiriendo en Europa  y “con evidentes implicaciones sociopolíticas”, escribe Sánchez Ron, Cabrera viaja a Hispanoamérica en 1920 y 1927, estableciendo relaciones personales e institucionales recíprocamente beneficiosas. El capítulo 4 cuenta ambas estancias.

El libro es una historia de la precariedad científica española, la historia de unos pocos, entre los que sobresale Blas Cabrera, por situar a España en el panorama científico internacional frente a la indiferencia de otros muchos, con los responsables políticos a la cabeza. No es solo la biografía de un científico, es un episodio de la historia de España, enmarcado en la denuncia secular recordada por Ortega y Gasset en El Imparcial (27/7/1908), a propósito de la creación en 1908 de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias por “algunas personas de la mejor voluntad”, que “el problema español es un problema pedagógico”. Ciertamente, así es, porque la educación cuesta – dinero, tiempo, trabajo, esfuerzo, generosidad, gobierno, determinación…- pero es, igualmente cierto, téngase en cuenta por quienes pueden, que la ignorancia sale más cara. A las pruebas nos remitimos. Este libro ilustra sobre estas circunstancias. Léanlo, aprenderán muchas cosas.

                                                                     

                                                                                                                                      

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

Más en DIVULGACIÓN
Entrando en la página solicitada Saltar publicidad
Advertisement