Amanecer en Benidorm

Por Alfonso Carvajal
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Había una vez un pueblo de pescadores de nombre Benidorm que animado por el privilegio de su situación en la costa mediterránea construyó un balneario al que acudía el gentío a tomar las aguas. Con el paso del tiempo, veraneantes más estables y pudientes construyeron sus admirables chalés en primera línea de playa. Ocurría más o menos a comienzos del siglo XX; a mediados, se construyeron hoteles —muchos y muy altos— y a los veraneantes de entonces les siguieron los turistas. En 1963 se inauguró junto a la playa el Gran Hotel Delfín, una leyenda; un icono del estilo internacional que en estos días se pretende demoler. Un atentado. La historia de este oasis que fue de la felicidad es la historia del boom de la ciudad de Benidorm que llega jalonada: un empresario audaz, la compra de un terreno rústico, la recalificación, la arquitectura de autor, el apogeo, la decadencia y la demolición —el grácil edificio de cuatro plantas del que hablamos dará paso a una torre de cuarenta—. La ola, cada vez más grande. Aquel empresario audaz nacido en La Bañeza, Felipe Pastor, no fue un cualquiera. Criado en un entorno de artistas, fue él mismo ilustrador de carteles de la República durante los años de la guerra y con posterioridad decorador destacado de edificios emblemáticos de la Gran Vía madrileña; a su talento se debe, por lo que hoy nos trae aquí, el vanguardista mural de la cara norte del Gran Hotel Delfín: trazos geométricos cubistas para una obra de arte que desaparecerá con el edificio víctima de la voracidad e indiferencia. Una pérdida para Benidorm.

A esta ciudad anclada en una bahía se la ha llamado la Manhattan del Mediterráneo por la densidad de sus rascacielos. Asombra su verticalidad. Se ha querido ver en ello un modelo sostenible: la concentración evitaría urbanizar más litoral y facilitaría la provisión de servicios municipales. La sobresaliente punta costera del roquedo Canfali divide la costa de la bahía de orientación sur en dos mitades que albergan sus apreciadas playas: la una, Levante, y Poniente, la otra. El enclave se rodea del abrigo protector de la montaña: Sierra Helada, por el este, Sierra Cortina por el norte y el Tossal de la Cala por el oeste. Esta disposición entre la sierra y el mar configura las tres zonas urbanas. Se situaría una en el entorno de la colina, entre las dos playas, el núcleo del pueblo original (El Castell) y su peculiar ensanche, la más local. Otra, la más internacional —la que llaman “zona guiri”—, quedaría al este; y otra tercera, al oeste, sería la más nacional. Se explica. No son zonas cerradas, pero sí. La ciudad es siempre una ciudad de ciudades y Benidorm no es ajena a la norma. En la zona que se dice más local vivirían los nacidos en Benidorm, o sus primos; una población estable que se baña en verano en la playa de Poniente cerca del puerto, la playa que consideran “del pueblo”. En la vinculada a la playa de Levante, que algunos asocian a “Las Vegas”, hay de momento más hoteles y más bares, son mayoría en ella los “ingleses” —pueden verse brazos musculados y tatuados que firmes sostienen rebosantes pintas de cerveza; y oírse al pasar música en vivo y en directo—. En la zona nacional, más atemperada, los hay hasta de Bilbao. Tres mundos. El del “afán diario”, el del anhelado “sol, playa y sangría” y el del “merecido descanso”. A su manera, hijos fieles de Benidorm.

Se oye —y se conviene en ello—, que esta es una ciudad abierta y en extremo generosa, pues da gusto a todos y nadie sale defraudado. Imposible hablar del lugar sin mencionar el “famoso microclima”. Un sanatorio. ¿Quién no ha estado en Benidorm o no ha soñado con estar? Decir…, “me voy a Benidor”, sin eme, es suscitar la envidia. La palabra es de origen árabe —tal vez un falso arabismo de su reciente historia, más que apócrifa—, “beni” significaría “de los hijos de”; por lo que, más que a un lugar, haría referencia a una tribu. Tribus desde luego no faltan en Benidorm. A la antigua mora de Dorm, habría que añadir las más recientes y abundantes, las que “tienen una edad”. Esas tribus de mayores, que no viejos, se mueven y se desplazan a sus anchas por doquier, ora a pie, ora cabalgados en sillas de ruedas con motor; cabalgan solos, sí, o en parejas. Estas sillas, impulsadas por baterías eléctricas, se desplazan con gran autonomía para llegar muy lejos. El continuo tráfico y la ubicuidad de estos vehículos sorprende al visitante primerizo. Una imagen de Benidorm. La naturalidad de ese vaivén impide siquiera sospechar el riesgo. Se lee estos días que una mujer de 58 años y de nacionalidad británica ha fallecido tras precipitarse con una silla motorizada por un acantilado en la zona de la Cruz de la Sierra Helada. Dios mío, qué horror. Fiat voluntas tua.

Sabido es que esta ciudad de nuestros afanes y devaneos fue la cuna del festival más prolífico de España reeditado ahora con dudoso nombre, pero entonado con los tiempos; de su seno salieron grandes figuras de la canción ligera, Julio Iglesias, Raphael, el Dúo Dinámico y un largo etcétera. Menos sabido es que aquí también se firmó la que pasa por ser la primera proclama ecologista de este país, el famoso “Manifiesto de Benidorm” de 1974; se alertaba ya en ese tiempo temprano de la destrucción sistemática de la costa y sus consecuencias, “…la parcelación viene arrojando al público de espacios naturales que frecuentaba desde varias generaciones”, ¡qué candor! Vendría más tarde Greenpeace a inventariar lo que quedó después de la batalla —Destrucción a toda costa—. Poco queda.

Amanece en Benidorm, cielo y mar. Generosa, procura la bahía una visión lejana. Aparece, esquinado allá en levante, el sol de fuego; deja en ese punto un trazo efímero de tinte coralino. Se eleva raudo sobre el mar, se esparce el trazo a la par que se torna anaranjado. Las nubes se despliegan lentas. Por un instante, el sol se esconde. No se resigna empero el astro rey en lontananza. Agarrado a los bordes abismales de las nubes, toma aliento, se aúpa, y lanza poderoso sus rayos sobre el mar, la compacta plata. Juega el cielo con el mar. Abraza la bahía mansa los azules, azul de mar que se hace verde al encontrar la arena ocre de la playa. Las playas de Benidorm, Levante y Poniente, y entremedias, el audaz roquedo, Canfali, el fiel de la balanza. La estampa perdurable.

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