No aparques la vida en Párkinson

Párkinson (EP, en adelante) es un lugar sin ubicación en los mapas, una entidad sin cuerpo material que la conforme. Puede aparecer en tu camino en cualquier momento, sin previo aviso. Conduces tu vida relajadamente, sin prestar mucha atención. Hay cosas que les pueden pasar a otros, pero no piensas que te puedan afectar a ti, que llevas una vida sana, no fumas, no bebes, duermes tus horas… Y, de repente, ¡zas! «Tiene usted párkinson», te dice el neurólogo, y ves cómo tu vida da la vuelta como una tortilla en la sartén… También puedes tener la fortuna de que nunca se cruce en tu camino. Si es así, enhorabuena. Pero si te lo encuentras —no importa cuándo ni de qué manera, pues EP se adapta como un traje a la medida a cada persona que lo padece— ten por seguro que intentará apoderarse de ti.  

Primero te asustará, aprovechando lo poco que la sociedad conoce de la EP. Si consigue que caigas en una depresión, mejor que mejor. Después te ofrecerá refugio en sus dominios. Te llevará a la autocompasión, te hará pensar que debes esconderte, tomarlo como excusa para dejar tu vida en suspenso, aparcada en sus garajes de abandono o rendición, a la espera de que la ciencia dé, por fin, con un fármaco que lo pueda vencer, que te pueda curar.  Vana esperanza. Es cierto que la medicina avanza, que se controlan los síntomas de forma eficaz, que contamos en nuestros hospitales con excelentes equipos de neurología. Pero no basta.

No caigas en la trampa. Se trata de una lucha cuerpo a cuerpo. Si te dejas engañar por EP, perderás todo lo que le confíes. Ya no lo podrás recuperar.

Sigue con tu camino. Plántale cara. No dejes de hacer nada de lo que haces porque te lo pida EP. Si te gusta cantar, canta, si   te gusta bailar baila, si te gusta correr, corre, si te gusta rezar reza. Pinta, borda, escribe, corta, lija, camina… Pero no aparques la vida en Parkinson. No necesitas guardarte, no necesitas parar.

Solo tienes que repostar algo de combustible, alimentar el motor (tu determinación, tus ganas de vencer) con la fuerza que te dan otras personas: la familia, los amigos, los profesionales y, por encima de todo y de todos, la fuerza que te da tu experiencia y tu voluntad.

Llevas años sometiéndote a esta prueba. Sabes de tus derrotas. Sabes de su fuerza, pero sabes también de tus victorias, de lo que eres capaz de resistir. Y sabes que esto que nos pasa, no es exactamente una enfermedad, sino más bien, una condición, como lo sería ser alto o bajo, gordo o flaco, calvo, rubio, moreno o canoso..., y tienes que vivir con eso. Viene de serie en el equipamiento de tu vida y no lo puedes cambiar.

Así que deja de quejarte, deja de esconderte, deja de sentir lástima por ti. Pasa a la acción, busca ayuda. Date a conocer tal como eres. Aprovecha que llega el día del Parkinson (el 11 de abril), para hacer un «outing», que dicen los modernos, salir del armario, que decimos nosotros. Busca una asociación que te oriente. Ponte en contacto con alguien que esté pasando por lo mismo que tú, márcate nuevas metas, no renuncies a nada.

Y, sobre todo, recuerda: NO APARQUES LA VIDA EN PARKINSON

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