...La carta que te debo. Para Zoilo

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Envejecer no es fácil. Cuando me mandan al banquillo de los jubilados, pronto siento la angustia de la soledad. Conocí la rutina y las horas vacías. Necesitaba volar fuera de mi entorno, y si  era posible, hablar con un amigo.

Diagnosticado el cuadro de ansiedad, llegué a Llagostera. Fui recibido con cariño y mi estancia nunca la olvidaré. Supe disimular, sabiendo que en aquel vuelo llevaba un ala rota.

Zoilo, durante más de medio siglo sabes que el concepto que tengo de la amistad está muy cerca del  amor. A veces la palabra y los hechos no se conocen, cuando lo descubres, tienes que dejar al amigo en la cuneta. Me pasó varias veces.

Por tanto,  con tu permiso, quiero resaltar esta palabra tan bonita de la amistad con un pequeño relato que en verdad no sé si lo he oído, leído, o me lo he inventado. Es así:

Durante la guerra dos amigos coincidieron en la misma trinchera. A los pocos días a uno de ellos le alcanzó un proyectil destrozándole las piernas, el otro quedó ileso y pudo arrastrar al compañero fuera del barrizal, incluso intentó cargarlo sobre sus espaldas. Todo fue en vano, lo tuvo que abandonar. Las horas las tenía contadas.

El joven más afortunado volvió a la retaguardia. Al llegar la noche, el remordimiento era un punzón que le taladraba las sienes. Rompiendo la disciplina y consejo de los mandos, se escapó del campamento hasta llegar de nuevo al frente de combate. Al  camarada lo encontró cuando  agonizaba. Por un momento intuyó que  quería sonreír o hablar. Acercó el oído a sus labios y pudo escuchar sus últimas palabras. “Sabía  que ibas a venir”.

Alejandro Matilla García.

P.D.Carmen también es mi amiga.

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