MIENTRAS TANTO

Dos genios del séptimo arte

Alameda de Cervera, 16 de junio de 2023

Al objeto de dejar deslizar suavemente un largo rato de estas largas tardes, pongo en vertical, y en paralelo, algunos componentes bien conectados a ese vasto transcurso de tiempo. Vertical queda la pantalla del ordenador; verticales los subtítulos de un documental extranjero emitido en su idioma original; verticales, cómodas en las cuencas, las gafas de presbicia, tan atentas; muy vertical mi rostro, de estático a extático, acorde con las cuatro paredes en su irrenunciable verticalidad. Se habla en esta ocasión, desplegándose los sonidos ya en dirección horizontal, de la vida y la obra de Orson Welles.

Se informa de que Orson Welles filmó gran parte de España, una textura popular de España, con su cámara de 16 mm., desplazándose en su Mercedes negro con matrícula de Roma, cuando entonces en las matrículas de Roma aparecía el nombre entero: ROMA. Asimismo se nos informa de que dejó varias películas inacabadas, por purismo o buscando el suficiente dinero para hacerlas perfectas, anhelo que en muchas ocasiones no se completó del todo. Por otra parte, trabajó, cuantitativamente, más como actor que como director. Él decía que sus emolumentos actuando, más o menos financiaban su producción fílmica. También se nos aclara que, debido al buen porcentaje de películas que produjo en España, bien podría considerarse un realizador nuestro. En el grato e instructivo reportaje se le ve sentado, tan fondón, degustando en una humilde tasca la famosa tortilla española, junto a los bajos vasos, tan prototípicamente españoles, de los chatos de vino tinto. Aunque murió en Los Ángeles, sus cenizas se depositaron en España.

Al icónico autor de Ciudadano Kane y La guerra de los mundos, la primera obra considerada como el mejor film de toda la historia del cine, y la segunda un programa de radio, basado en la novela del mismo título de H. G. Wells, que originó un auténtico pánico, pensando los oyentes que lo que narraba Welles, a través de las ondas radiofónicas, estaba ocurriendo de verdad. Al bueno de Orson, digo, le gustaba mucho el toreo, decantándose por el arte purista de Antonio Ordóñez contra Luis Miguel Dominguín, más heterodoxo; diestros los más famosos del momento. Más de un animalista atribuiría a Welles una vocación de asesino por su afición taurina. Como a Alberti, a Picasso, a Hemingway, a García Lorca, a Bergamín, etc. Al torero Sánchez Mejías, muerto de una cogida del astado siendo mayor, pues tenía un gran «mono» por torear, no le endilgaría ninguna vocación. El matador, mecenas de la Generación del 27 (pagó la famosa fotografía de ese grupo poético), escritor él mismo, sería, para el animalista, un brutal asesino, sin más. A mí tampoco me gustan los toros, suerte difícil de encajar en el mundo actual en que vivimos. Apruebo el aserto de Manuel Vicent: «Lo más repugnante de la corrida no es tanto la muerte como la previa y humillante degradación a la que se somete al animal más hermoso de la tierra cuya presencia en el campo es una de las imágenes más bellas que se puede contemplar.» Pero no se me ocurre imputarles la condición de asesinos en potencia ni a los que, aún hoy, aprueban el polémico arte de la tauromaquia.

Más polémica que el gusto o el rechazo del espectáculo del toreo, su defensa o su ataque, habría al comentar el peliagudo asunto que el director de cine Roman Polanski aún no ha solventado: en 1977 violentó sexualmente a una chica de 13 años, lo que aún no le permite regresar a Estados Unidos si no quiere que lo arresten de inmediato.  La víctima fue Samantha Geimer, quien quería ser modelo. Polanski se declaró culpable, tuvo juicio y pasó por la cárcel. Se disculpó ante la niña y ante la madre. Un arbitrario juez lo soltó mas declaró de inmediato que lo iba a volver a encarcelar. Entonces el cineasta puedo escapar a Francia, donde está nacionalizado. Viajó a Suiza y allí fue detenido, cumpliendo casi un año de arresto domiciliario. Después Samantha lo perdonó: «No soy una víctima -decía- y lo que ocurrió no fue un gran problema para mí». Y añade: «Recuerdo la década de los 70, en el momento en que estaba empezando a trabajar, cuando el sexo era recreativo y a veces transaccional. Me convertí en modelo a los 14 años. Todas las chicas se acostaron con los fotógrafos y yo no fui la excepción. Pero el sexo era algo normal, un aspecto natural de la vida. No había todo este drama, toda esta oscuridad que rodea al sexo ahora.» Mucho más que la violación del cineasta, le molestó la actitud de los paparazzi y el padecer un tremendo acoso mediático.

¿Quién se decanta por quién?, ¿quién puede comprender, sin que le repliquen, y equitativamente sopesar los hechos de todo esto? Es grave, para el célebre cineasta, la responsabilidad de recibir acusaciones de este tipo. Pero profesionalmente -de esto no hay duda-la labor de Polanski es impecable, todas sus películas son perfectas. En estos días he vuelto a ver algunos de sus filmes que ya había visto y otros que no: la película legendaria Repulsión, su segundo largometraje, con una peculiar Catherine Deneuve como protagonista,  Lunas de hiel, con un guión ajustadísimo, La Venus de las pieles, revalidando la brillante fábula original de Sacher-Masoch (de donde viene la palabra masoquismo), El pianista, tan afinada y crudamente autobiográfica. Su reconocimiento es, indiscutiblemente, muy merecido, siendo uno de los pocos directores verdaderamente decisivos de la historia del séptimo arte. Los galardones que ha recibido (Óscar, Globo de Oro, Goya, Cannes, Venecia, César, Oso de Oro, etc.) son justos.

El delito de estupro es lamentable, sumamente vergonzoso y, naturalmente, punible. Lo que hizo con Samantha Geimer lo pagó, y de ese abominable vicio yo supongo que, a estas alturas, ya se ha rehabilitado, al lado de su esposa, Enmanuelle Seigner (protagonista de La Venus de las pieles), que entrevistó a Samantha para intentar aliviar el espinoso problema entre su marido y la víctima, y sus hijos Morgane y Elvis, con los que convive felizmente. Y además, el próximo 18 de agosto ya será nonagenario.

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