La casa de Dalí

Cuando se apela en exclusiva a la genialidad de Dalí se renuncia a una comprensión más detallada; fue un genio, sí, un enigma para muchos. Pero al igual que los dioses homéricos que se encarnan a menudo en su condición humana, la vida y obra del artista están sembradas de huellas terrenales. En él, personaje y obra se confunden, son lo mismo, “el surrealismo soy yo”. No se entrará en esto, interesa el anhelo de un techo —esa huella—, su casa de Portlligat.

Portlligat es una cala costera de Cadaqués. Salvador Dalí nació en la vecina Figueras, al interior; pasaba los veranos con su familia en Cadaqués donde establece una relación temprana con el lugar —“no se puede comprender mi pintura sin conocer Portlligat”—. Necesita del paisaje y se instala en él —“…yo no robé el paisaje, el paisaje me robó a mí”—. En ese marco erigió su casa y en ella vivió desde 1930 hasta 1982 en que murió Gala, su mujer. Ninguna descripción mejor que la del propio artista, “Portlligat está situado a quince minutos de Cadaqués, al otro lado del cementerio. Es uno de los lugares más áridos, minerales y planetarios de la tierra. Las mañanas le ofrecen una alegría salvaje y amarga, ferozmente analítica y estructural; los crepúsculos son, a menudo, morbosamente tristes; los olivos, brillantes y animados por la mañana, se metamorfosean en un gris inmóvil como de plomo”.

La casa, ahora museo, es un acertijo. No deja indiferente, impresiona y desconcierta. Desde fuera, la vivienda se muestra como un conjunto escalonado de poliedros blancos que descienden por la costa hasta la pequeña playa. Al trasponer la entrada se accede a un dédalo de estancias irregulares en niveles distintos, a duras penas se distinguen plantas; el paso entre aposentos no se hace fácil, hay que salvar alturas, con escalones, y ajustarse a las muchas estrecheces. Se adivina pronto que la vivienda resulta de agregados sucesivos en el tiempo; habla Dalí de un crecimiento celular, orgánico, “…creció exactamente como una verdadera estructura biológica, por brotes celulares, a cada nuevo impulso de nuestra vida le corresponde una nueva célula, una habitación. El núcleo lo formó el delirio paranoico de Lidia que nos obsequió con la primera célula”; ¿quién fue Lidia? En el año 1929 Dalí conoce a Gala —¡Mon petit!, désormais nous ne nous séparerons plus—, desde ese instante formarán un todo inseparable hasta la muerte. La relación con Gala, una mujer casada y con una hija, provoca el enfado y la desaprobación del padre, notario de Figueras y hombre influyente; deshereda al hijo e intenta por su influjo desterrarlo de Cadaqués: cuando acude al pueblo con Gala se le cierran las puertas de la Fonda Miramar. En esa hora triste encuentra el consuelo de Lidia, Lidia Nogués, “la Ben Plantada”, pescadera de la que escuchaba historias en su niñez; Lidia le vende la barraca que estaba ya en su punto de mira puesto que la había utilizado con anterioridad para evitar el subir y bajar con los utensilios de pintor. Ese fue el “núcleo” de la “estructura biológica” de su casa; hasta entonces, la pendiente por el sur en donde se rompe el pequeño acantilado para unirse con la playa estaba ocupada por cuatro barracas contiguas.

En el año 1930, los 22 metros cuadrados primigenios se convierten en un espacio habitable de estancia única con ambientes diferenciados que atienden a las necesidades de taller y de vivienda; al poco, la pareja ya asentada adquirió una segunda barraca al lado y el habitáculo se expande y se refina: por una parte, en la de nueva incorporación, se sitúa el taller, en la otra quedaría la vivienda. En el año 1936, poco antes del comienzo de la guerra civil, esa base inicial se empina; a cada estancia se le añade una altura, de tal manera que el conjunto se eleva por el centro. Se adquieren después las dos barracas de los flancos —la que está en lo alto (la del senyor Sala) y la de abajo (la de l´Arsènio)—, se adaptan y se integran al conjunto; en la más cercana a la playa, la de Arsenio, a la que se le añadirá al igual una planta, se sitúa ahora el taller que será el definitivo; corren los años 50 del siglo pasado. Poco después, el hueco que ocupó la barraca de arriba también se elevaría. Ese plano del que hablamos queda configurado en el año 1953. Pero las obras continúan, si la casa creció de esta manera en ese plano más externo, ahora le tocará a otro más interior, menos visible; se añadirán por detrás otras propiedades colindantes y la vivienda se agranda hasta 1972 en que queda en su forma actual definitiva. En paralelo, y hasta el final, la gran superficie de olivos que se incorporó a la propiedad se puebla de elementos funcionales o decorativos entre los que cabe mencionar la cochera, el palomar, la casa de las ollas, la piscina o el famoso “Cristo de las basuras”. Este repaso de hitos en la génesis de la “casa de Dalí” corrobora su “organicidad”: el huevo se convierte en larva, la larva en crisálida y, por último, en mariposa que vuela. Así fue.

La casa que conserva por fuera una apariencia de construcción vernácula rompe moldes por dentro. Se dice laberíntica, podría añadirse, desde este tiempo, que se antoja austera, incómoda y hasta peligrosa. Sin duda Dalí estaba al tanto de la nueva arquitectura que se abría paso en la época —leía con regularidad L’Esprit Nouveau; la revista de Le Corbusier y órgano de expresión de esas tendencias— y sigue al principio sus cánones: la casa conformada hasta 1936 a partir de las dos primeras barracas estaba imbuida de aquella modernidad: techos planos, ventanas alargadas, baldosas en damero, todo ornamentado con muebles modernos traídos de la casa que habitan en París, mesas Breuer y sillas LC1 diseñadas por Le Corbusier. Más tarde sin embargo la casa crece de forma abigarrada, menos racional; se llena de muebles de anticuario y objetos extravagantes. La evolución de la vivienda pudiera seguir la del artista, una explicación; se percibe no obstante una reconciliación con la vida adusta que trasmite la casa —con un momento fundacional, la aceptación de una condena—, la misma dureza que arrostraban los pescadores de Portlligat. “Fue allí donde aprendí a empobrecerme, a limitar y limar mi pensamiento para que adquiriese la eficacia de un hacha, donde la sangre tenía sabor a sangre y la miel, a miel. Una vida que era dura, sin metáfora ni vino, una vida con la luz de la eternidad”.

 

 

Más en Opinión
Entrando en la página solicitada Saltar publicidad
Advertisement