Pensamientos en campaña

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Entre los cambios más relevantes que los expertos vienen observando en el electorado destaca uno que llama mi atención: que cada vez se vota menos por lo que se quiere, y más  contra lo que se teme. O sea, que se vota menos por la esperanza y más por el miedo. O eso nos vienen a decir los que dicen que saben.

Y esa tendencia, la de preferir una conducta negativa (decir no) frente al acto positivo de un sí que denota confianza, parece ir de la mano de unos tiempos marcados por el temor y la desconfianza. Que alcanza su expresión más prístina en la dirigida hacia ‘los políticos’ (así, sin distinción ninguna) y en el triunfo de ese latiguillo tan sin son del ‘todos son iguales’ que ninguno de los que lo profieren lo aplicaría a su profesión u oficio.

Pero lo de más preocupar es el cambio de mentalidad, quizás de época. Si hasta no hace mucho el futuro -el tiempo,  y también lo que está por venir- se percibía como el territorio de la esperanza (alcanzar lo que se espera, tener lo que se ansía, satisfacer lo que es necesario), en los tiempos que corren se ha convertido en el lugar del desasosiego, del temor y la incertidumbre. Como si lo mejor que nos pudiera ocurrir es que el tiempo se detuviera y el futuro no llegara. Eliminar la espera y cegar, por tanto, el camino al porvenir y la esperanza.

Una mirada conservadora: cualquier tiempo pasado fue mejor. Y un caldo de cultivo propicio para que medren las derechas más extremas, más cuando a la incertidumbre –esa muerte civil de la certeza- que produce desazón se une el odio ante todo aquello que se pueda calificar de otro. Lo otro, lo desconocido, lo temido.

Y así, cuando el futuro ya no es lo que era,  nos venden como futuro una vuelta al pasado. Un pasado mixtificado, ficticio, el de una seguridad que nunca fue, el de una certeza que jamás se dio. Ignoran, o fingen no saberlo, que ese futuro tiene (y viene del) pasado, por más que no cejen en su obsesión por borrarlo, cuando no por reescribirlo o, simplemente, negarlo. Sí, digan con ella: ETA vive. Y la siembra quedará hecha, y a las víctimas se les habrá hurgado una vez más en la herida. El caso es que no se cierre mientras de -en eso creen- votos.

A lo que vamos: que un tiesto en cada balcón -de los de toda la vida- y no me vengan ustedes con la matraca del cambio climático.

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