Romper el silencio

Por Alejandro Matilla García

 

Nací en un lugar seco de La Mancha. Al terminar la Segunda Guerra Mundial. Poco después de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. ¿Fácil echar las cuentas? La vejez es una putada. Solo quedan los besos.

Espero no caer en tópicos de un tiempo pasado. Ahora espero con cierta inquietud este año 2023 donde debemos visitar las urnas en varias ocasiones. Seguro que seguiremos con un gobierno de coalición. Debemos acostumbrarnos y pensar que es legítimo que otras fuerzas políticas quieran tomar algún atajo para conseguir antes más justicia social. Deseo un gobierno democrático y de progreso que no cometa más errores. Pensar que las llaves del poder la tienen los indecisos, ahora llamados huérfanos políticos.

A veces el triunfo no lo consigue el que más trabaja, se necesita buena estrategia, propaganda, incluso apoyos del exterior. Esto último me recuerda la carambola de lujo que a continuación explico:

En 1982 se celebraron elecciones. Para enfriar el ambiente y suavizar el panorama, en la Semana Santa de Sevilla, los costaleros eran todos comunistas. Aplicaban la cerviz a una trabajadera pensando que en lo alto llevaban al “Jesús del Gran Poder”. Pero en la plataforma llevaban a un tal “Isidoro” con traje de pana. Los demás eran nazarenos. Las bibliotecas y hemerotecas saben algo.

En la actualidad lo que más me preocupa es el escenario socio-político de nuestro país. El personal está encabronado. No nos queremos. La pandemia nos hizo peores. En el Congreso de los Diputados hay violencia verbal, predomina el insulto. Los más sensatos son los leones de bronce que protegen la puerta de las Cortes.

Para apuntalar las últimas líneas, literalmente os cuento lo que me ha ocurrido hace unos días.

Todavía siento escalofríos, sin fiebre, solo de tipo emocional. Esto, antes necesita alguna aclaración: la escritura me hace compañía y es motivo suficiente para escribir este pequeño texto. Siempre he pensado que la amistad es una larga conversación que se debe mantener.

A veces dudamos en contar algo, siempre se acaba contando, si no se cuenta no existe. Lo mismo ocurre con las preguntas, si no se hacen se borran.


Los hechos:

Hace unos 50 años creí tener un “amigo”, a sabiendas de que era un conservador difícil de pelar. Media vida la soportó con hambre. Poco le debe al pasado. Un día en Navidad, después de la comida, en la sobremesa, apurando el café, tuve un agrio debate con este ex compañero. Mezclamos temas laborales con los económicos donde nunca íbamos a coincidir. En el ambiente se creó mucha tensión. Para romper el silencio y aclarar algunas dudas, yo le hice esta dura pregunta:

-“Oye, Juan, ¿si políticamente en este país alguien diese la “vuelta a la tortilla”, tú me ibas a fusilar?

-Hizo una pausa y me contestó: “¡No lo sé! Pero seguro que lo ibas a pasar muy mal”.

“A veces un amigo solo es un enemigo conocido”. Nunca más romperé un silencio.

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