Vanidad feriada

Todo tiene su momento. Inmersos en tiempos feriados. Lo que pasó años atrás, volverá a pasar: `Nihil novo habui sub sole´(nada nuevo bajo el sol). Tiempo de celebración, de compartir risas, sonrisas y alegrías. Encuentros con familiares y amigos. Diversión y magnífico ambiente de amistad y solidaridad. El  pistoletazo de salida, con  su correspondiente corte de la cinta de inauguración del recinto ferial y encendido de la iluminación decorativa, tuvo lugar anoche. La Feria de Alcázar de San Juan comenzó ayer con la diana musical  y el pregón de las fiestas y los actos  se sucederán durante ocho días.... Aunque la Aemet anuncia la presencia de nubes...

Mis recuerdos me llevan a una feria de comienzos del siglo actual. Durante esos días conocía  una  persona  que  creía llevar  siempre  la  razón y  que  nos  trataba  con superioridad. Siempre quería ser el centro de atracción y del universo. Nos encontramos ante una persona vanidosa. “Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir” (Honoré de Balzac).

Suele  afirmarse  que  uno  de  los  defectos  más  característicos  del  ser  humano  es  la vanidad. Seguro que conocemos alguna persona que siempre quiere llevar la razón y que suele tratar con cierto desprecio a los demás. Vanidad es sinónimo de presunción y arrogancia. También “ilusión y ficción de la fantasía”. Es un tema que ha sido objeto de reflexión y estudio a lo largo de la historia de la humanidad. Desde los filósofos clásicos hasta los psicólogos contemporáneos, es considerada como uno de los defectos más arraigados en la naturaleza humana. Suele definirse como un “exceso de amor propio y una  preocupación  desmedida  por  la  apariencia  física,  el  estatus  social y el reconocimiento externo”. Es una actitud que busca constantemente la admiración y el elogio de los demás, y se caracteriza por una exagerada atención hacia uno mismo, en detrimento de los demás. Las personas vanidosas creen en demasía en sí mismas y buscan con interés que otras lo perciban ya que, sienten un deseo compulsivo de ser valoradas y reconocidas.

Su origen según la leyenda de la mitología clásica más popular nos define a Narciso, como un joven extremadamente atractivo y bello. Ello lo convertía en una persona demasiado presuntuosa, despreciando a todo aquel que se enamorara de él, y siendo incapaz de ver la belleza de nadie más, ni siquiera de la naturaleza que le rodeaba. El poeta  romano  Ovidio en  su  Metamorfosis,  relata que, cuando nuestro  protagonista contempló su bello rostro reflejado en el agua, provocó que no pudiera dejar de mirarse a sí mismo durante el resto de su vida. Este antecedente mitológico del joven Narciso, que acabó tan enamorado de su propia imagen reflejada en el agua de un estanque, que decidió lanzarse en su busca y murió ahogado. De su cuerpo fallecido surgió la flor: el Narciso.

En la antigua Grecia este mito era considerado como una enseñanza moral para que los jóvenes  no  practicaran  la  vanidad.  El  filósofo  griego  Aristóteles  calificaba a  los vanidosos en su Ética a Nicomedes, de necios e ignorantes, que “se adornan con ropas, aderezos y cosas semejantes, y desean que su buena fortuna sea conocida de todos, y hablan de ella creyendo que serán honrados”. Para el cristianismo, el pecado de la vanidad tiene su antecedente en  la conducta que, el  más  admirado de los ángeles,

Lucifer, pecó de soberbia ante Dios, siendo condenado a los infiernos. Cervantes (1605) nos habla de una vanidad como necesidad. Don Quijote,  ofreciéndole la mano a Maritornes a través de un agujero en el muro: “Tomad, señora, mi mano o, por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo. No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contextura de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de sus venas”. Primera parte. Capítulo XLIII.

La psicología lo trata como un trastorno de la personalidad, basado en el excesivo amor por uno mismo. Lo que le importa al vanidoso no es tanto ser verdaderamente excelente, sino que sean reconocidos como tal. Necesitan que las personas les admiren, buscan continuamente llamar la atención y carecen de humildad. Son personas enamoradas de su propia imagen y preocupadas por la manera en que se muestran a los demás. Tienen un alto concepto de sí mismos, desean parecer inteligentes y muestran un afán excesivo de protagonismo y admiración.

Suele manifestarse de diferentes formas. Algunas  personas  se  obsesionan  con  su apariencia  física,  gastando  grandes  cantidades  de  dinero  en  cirugías  estéticas  o productos  de  belleza.  Otras  buscan  constantemente  el  reconocimiento  social, acumulando bienes materiales y mostrándolos ostentosamente. También hay quienes centran su vanidad en sus logros académicos o profesionales, buscando constantemente destacar y ser reconocidos por su inteligencia o éxito. Curiosamente las redes sociales están contribuyendo de manera notable a incrementar el número de personas que están obsesionadas por su imagen  y se manifiestan de forma distinta:  compitiendo en el número de seguidores, buscando fórmulas y estrategias que les hagan tener una mayor notoriedad, etc.

La vanidad tiene sus consecuencias negativas. Las personas altivas suelen considerarse superiores a los demás y tratan a aquellos que no cumplen sus estándares de belleza o éxito como inferiores. Ello les lleva a una falta de autenticidad. Esta actitud puede crear barreras y divisiones sociales, fomentando el egoísmo y la competencia desmedida.

Además de generar una gran insatisfacción y frustración. Las personas vanidosas nunca están satisfechas con lo que tienen y siempre buscan más. Esta búsqueda constante de reconocimiento y admiración es causa de un sentimiento de vacío y desesperanza, ya que nunca llegan a encontrar la validación que tanto anhelan.

Existe una diferencia  notable  entre tener un cierto  grado de vanidad  y  poseer una autoestima  saludable,  lo  que  implica  apreciar  una  visión  realista  de  uno  mismo, aceptando tanto las fortalezas como las debilidades, y basando la autoestima en el autoconocimiento y la aceptación personal. En conclusión, la clave está en encontrar un equilibrio entre el amor propio y la aceptación personal, sin caer en la obsesión por el reconocimiento externo. La falta de humildad puede nublar nuestro juicio y distorsionar nuestra  percepción  de  nosotros  mismos  y  de  los  demás.  La  belleza  verdadera  se encuentra en nuestros actos y en nuestras intenciones, y no en la mirada de los que nos perciben. Si cada día vivimos pendientes de la impresión que podemos reflejar en los demás, estaremos comprometiendo seriamente nuestro bienestar.

Les deseo una feliz feria, que disfruten de todas las actividades programadas y, sobre todo, que sean unos días de reencuentro y charla con familiares y amigos.

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