Suele representarse a don Quijote embrazando una rodela de acero (aunque bien pudo ser de cuero o madera). Es así durante la mayor parte del Quijote de 1605, pero en las primeras líneas de la novela leemos que Alonso Quijano disponía de una «adarga antigua» (se hacían de cuero) con la que afrontará sus primeras aventuras. Sin que se nos informe del motivo para la sustitución, nuestro hidalgo, ya acompañado de Sancho Panza, sale de nuevo de su casa llevando «una rodela que pidió prestada a un su amigo» (dQ1-7). Habremos de suponer que la adarga tampoco sobrevivió a la furia del mozo de mulas que acompañaba a los mercaderes toledanos. Dicho mozo,
que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y llegándose a él, tomó la lanza, y después de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos, que, a despecho y pesar de sus armas, le molió como cibera…, y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído. (dQ1-4).
No se menciona explícitamente la adarga entre los pertrechos que recogió Pedro Alonso en su encuentro con don Quijote en el camino de regreso a la aldea:
Recogió las armas, hasta las astillas de la lanza, y liolas sobre Rocinante. (dQ1-5)
Sea como fuere, don Quijote se valdrá de la rodela prestada durante treinta capítulos. La última alusión a la rodela la encontramos en la avalancha de sucesos vividos en la venta de Juan Palomeque:
Salió en esto don Quijote, armado de todos sus pertrechos, con el yelmo, aunque abollado, de Mambrino en la cabeza, embrazado de su rodela y arrimado a su tronco o lanzón. (dQ1-37).
Desde ahí al final, desaparece la rodela y reaparece la adarga:
Él, sin responder palabra, se quitó el cordel de la muñeca, y, levantándose en pie, subió sobre Rocinante, embrazó su adarga, enristró su lanzón y, tomando buena parte del campo, volvió a medio galope, diciendo: —Cualquiera que dijere que yo he sido con justo título encantado, como mi señora la princesa Micomicona me dé licencia para ello, yo le desmiento, le rieto y desafío a singular batalla. (dQ1-44)
……
salió al encuentro de don Quijote enarbolando una horquilla o bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba, y recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el último tercio que le quedó en la mano dio tal golpe a don Quijote encima de un hombro —por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga—, con tan villana fuerza, que el pobre don Quijote vino al suelo muy mal parado. (dQ1-52).
No cabe pensar que Cervantes use indistintamente «adarga» y «rodela» como sinónimos de «escudo», que siempre emplea para referirse a la moneda (equivalente a 16 reales de plata). En fin, ¡cosas de Cervantes! Renuncio a meterme en elucubraciones sobre el porqué de la sorprendente resurrección de la adarga. Quizá lo haga algún día.
Enrique Suárez Figaredo
Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan