ENCUENTROS CON NUESTROS MAYORES

Paco Morata: Un docente jubilado con el vicio de escribir que se resiste a vestir el hábito de maestro o poeta

Por Antonio Leal Jiménez
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Hoy la sección de “Encuentros con nuestros mayores”, cambia el formato de la entrevista. En el caso de Paco, la haré en función de su perfil, intentaré mostrar el mundo interno de nuestro entrevistado y navegaré por su interior, lleno de sentimientos. Es la técnica contraria a la entrevista estandarizada: prescindo de las preguntas determinadas de antemano sobre un esquema rígido y le planteo temas abiertos, con ánimo de estimular su libre opinión y puntos de vista. Reconozco, en el transcurso de la conversación, que me ha llamado la atención su lenguaje no verbal, me sirve de gran ayuda para intentar conocerlo mejor. Hemos hablado desde distintas perspectivas e incluso desde experiencias concretas, de asuntos como el proceso de envejecimiento, el papel de las personas mayores en el siglo XXI, la participación social... Nos ha relatado experiencias personales y profesionales, sentimientos, emociones e incluso lugares favoritos. Y por supuesto, hemos hablado de Poesía, nuevas tecnologías y juventud... No tengo duda de que Paco es una persona singular. Estoy seguro que como alumno suyo habría disfrutado y aprendido mucho en sus clases. Con la lectura de este singular “Encuentro”, al igual que campesino extremeño de nombre Pascual, Paco en sus primeras palabras, nos traslada a la obra de Camilo José Cela, narrándonos alguno de los aspectos de lo que la vida le va deparando.

EL PRINCIPIO
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Así comienza el relato de Pascual Duarte y así podríamos empezar cada uno de nosotros el de nuestra propia vida. Mis padres me sacaron de pila con el nombre de Francisco, gracias a la mala cabeza de mi tío Paco, el zapatero, que erró el nombre en el registro y me libró así de ser Domingo todos los días de la semana. Francisco y Morata y Moya reza en los papeles oficiales. ¿Para qué tanto, si toda la vida fui Paco Morata (pronunciado pacomorata)? Ahora que frecuento las consultas de los médicos y las agencias de seguros, empiezo a acostumbrarme a que me llamen “Francisco, pase usted por aquí".


UNA PERSONA SE HACE MAYOR
Pregunte, don Antonio, lo que quiera, mas no espere de mí lección alguna que no sea por todos ya sabida. Que soy mayor, es evidente; que lo soy por culpa de la edad y otros achaques, no admite discusión, y como tal me afianzo cada vez que una joven se levanta para cederme amablemente el asiento en el metro o la Guardia Civil me apremia —“siga, siga”— en los controles, considerando que mi estado no me habilita para el crimen.


EL PASO DEL TIEMPO
Aunque durante muchos años ejercí la docencia y tengo el vicio de escribir las cosas que se me van ocurriendo, como si algún provecho pudiera sacar de ello la especie humana, me resisto a vestir el hábito de maestro o de poeta, pues son esas vestiduras que han de confeccionar manos ajenas so pena de arriesgarte a un ceder de pespuntes que te deje desnudo y en pública vergüenza.

    Hay algo en lo que sí he cambiado radicalmente. No podría precisar cuándo apareció ni cuál fuera su origen: enfermedad, desengaño, convivencia profesional, caída del caballo camino de Damasco… No lo sé. El caso es que perdí las ganas de discutir, como quien pierde el apetito y deja de comer. La diferencia radica en que, mientas la anorexia puede matarte, el escepticismo te facilita la vida y la relación con tus vecinos, amigos y parientes. Algo digno de agradecimiento; en mi caso, una bendición, pues fui un joven discutidor empedernido que de todo opinaba, aunque poco sabía, un insensato de lo que yo diga va a misa; habló Blas, punto final.

    Por suerte descubrí no sé bien cuándo, que la verdad, como la buena lotería, suele estar muy repartida, y quien lo olvida y se cree en posesión de la verdad absoluta no deja de ser un ignorante molestoso. Mejor nos iría si esto se enseñase en la familia, en la escuela, en los telediarios y en el prospecto de las medicinas: si tratas de imponer ”tu” verdad es muy difícil que consigas acuerdos, el único camino para el entendimiento es escuchar a la otra parte tratando de comprender su postura, caminar con sus zapatos, que se dice. . Desafortunadamente este, como la veredita de la copla, es un camino “cuajao de yerba” que muy pocos transitan.


LECCIONES APRENDIDAS DE LA VIDA
La vida da más bofetadas que lecciones, creo yo, guantazos a mano abierta que te dejan temblando. Pero dudo que eso —el sufrimiento— pueda tomarse como lección. Es posible que la vida haya intentado darme lecciones. Ni lo afirmo ni lo niego. Lo cierto es que yo no las he aprovechado, tal vez por falta de atención. Creo, por el contrario, que las cosas importantes las aprendí de las personas que he tenido la fortuna de conocer: mi padre, algunos maestros, los amigos y algunas personas especiales que no citaré por no correr el riesgo de ofender a los excluidos. Si hubiera de catalogarme lo haría de escéptico positivo, es decir, que tengo tendencia a no creer en muchas causas, pero puedo comprometerme como si creyera en ellas; me gusta nadar contra corriente y sufro de un sentido de la dignidad acaso exagerado.

    Las pocas cosas que no pongo en duda las aprendí del ejemplo de esas personas de las que hablaba hace un momento, sobre todo de mi padre: creo que todo está en los libros, que nada es para siempre, ni en lo bueno ni en lo malo; que la única revolución posible consiste en resistir, no dejarse arrastrar, no renunciar a nuestros principios; que se puede vivir y ser feliz con mucho menos de lo que tenemos y que el capitalismo no tiene conciencia, moral ni hartura.

LAS PERSONAS Y LA POESÍA
Me gusta tratar con gente que habla de lo que ha vivido; antes prefiero dos huevos fritos sin impostura que una cena en la que el vino sea más importante que quienes lo beben. Abomino de los que llegan a una posición pisando y chupando y al día siguiente se consideran superiores y no soporto ni en pintura a los politiquillos de medio pelo que cobran de todos los ciudadanos y gobiernan para los suyos, los muy suyos.

    Me gusta creer que la poesía es el bálsamo que apacigua el espíritu, la poesía como un lujo del pensamiento que nos puede llegar en forma de poema, pero también de pensamiento filosófico o, incluso, de creencia religiosa.


DECIR LO QUE SE PIENSA Y PENSAR LO QUE SE DICE
La sinceridad ofensiva me parece una petulancia y una muestra de mala educación. La sinceridad consiste en no mentir, pero también en saber callar la verdad. Expresiones como “yo es que soy muy claro y digo las cosas como las pienso,” me parecen innecesarias, sobre todo cuando nadie le ha pedido su opinión a quien así se expresa. La civilización se basa en gran parte en las buenas maneras, y no podemos olvidar que las buenas maneras esconden algo de hipocresía, pero evitan conflictos innecesarios.


NUEVAS TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN Y DE LA COMUNICACIÓN
Las nuevas tecnologías son una bendición, la verdadera revolución de nuestra vida. Mi padre empleaba gran parte del domingo para conseguir hablar con mi abuelo que vivía a cincuenta kilómetros mientras que yo puedo conectar con mi hija, en Canadá, en dos segundos. Así que inquietud, ninguna. Fueron un gran aliado en mi desempeño como docente, y, sin duda, resultan imprescindibles para el oficio de escribir. Lo mejor que tienen es que cada persona puede utilizar las que necesite; lo peor, que no están al alcance de todos por igual y, del mismo
modo que facilitan el trabajo y el ocio, también son un arma poderosa de manipulación.

    El idioma es un organismo vivo, en continua evolución, que muchas veces crece por aportaciones del exterior, caso de los nuevos vocablos que nos vienen de América Latina o del inglés; pero me parece estúpido usar palabras ajenas por papanatismo, por seguir modas impuestas o por ignorancia.

PENSAR EN CUMPLIR AÑOS
Cuando pienso los años que voy cumpliendo, me da como un pequeño retortijón en el alma, pero me sobrepongo; pienso “ea”, es lo que hay: hacerse mayor es inevitable y la alternativa, morir joven, es pelín peor. Así que, habas contadas, no hay más que hablar. Mientras sepa loque digo, me acuerde de que lo he dicho, y no tenga que exhibir mis menguantes posaderas ”esperando la mano de nieve que sabe limpiarlas” —Gustavo Adolfo dixit—no me pienso quejar. ¿Lo que venga después… chi lo sa?


LUGAR DE ALCÁZAR DE SAN JUAN
Mi lugar favorito de Alcázar es un recuerdo: Desde que, a los once años, me mandaron a estudiar a Salamanca, Alcázar de San Juan estuvo presente en mis viajes: Tren correo expreso estacionado en vía 2, procedente de Madrid, con destino Murcia y Cartagena, tiene concedidos… Esas paradas nos llevaban a la fonda, donde mi hermano Alonso gastaba, si aún le quedaban, las últimas monedas del trimestre en cafés, tortas o cafés y tortas —lo que dieran de sí—, mientras cambiaban la tracción eléctrica por el vapor. Volvíamos a casa después de
tres meses de internado. A partir de aquí todo era más familiar, más favorable. Lo curioso es que conocía la estación desde la vía de levante. Cuando entré por primera vez desde la calle, me pareció que le habían dado la vuelta.


RECUERDOS
Si el hombre es el lugar donde se ubican sus recuerdos, bien puedo decir que soy Alcázar, pues aquí he vivido más de la mitad de los años de mi vida y aquí me han ocurrido la mayor parte de las cosas importantes. Me convertí en injerto de monastrell murciano en cepa de tempranillo manchego. Aquí nacieron mi hija y mis dos hijos. Aquí pasé mis años de docente en el IES Juan Bosco, la UNED y el CEPA Tierno Galván. De aquí son los amigos con los que me siento a gusto hablando de lo que sea. Aquí publiqué, gracias a Edmundo Comino, mi primer libro en 1992.

    Aquí tengo amigos con los / las que salir a caminar “por la conversación, que la salud la tenemos perdida”, amigos que saben distinguir entre Paco, una persona encantadora y el poeta, al que es mejor dejar a su aire. Y aquí he descubierto que tengo un poder: cuando las pío, me vuelvo invisible. Es divertido.


MENSAJE A LOS JÓVENES
Bastante tienen los jóvenes como para aguantar consejos no solicitados. Tal vez los jóvenes no sean tan distintos de nosotros, los de mi edad: hay cierto desamparo que nos une, la angustia ante el futuro, el miedo a la soledad, la necesidad de encontrar un ancla firme que nos defienda de los embates de las olas. Nos reconforta la presencia de alguien especial, pertenecer a un grupo.

    No quieren consejos estándar, de manual de autoayuda o de los apuntes del abuelo militar. Quieren que se les escuche y se les propongan alternativas, y necesitan sentirse apoyados de modo incondicional y descubrir que hay que dar tiempo al tiempo, tener paciencia, saber esperar. A los jóvenes les diría, prescindiendo de la ironía que viste el poema, unos versos de “Discurso a los jóvenes” de Ángel González: De vosotros, los jóvenes, espero no menos cosas grandes que las que realizaron vuestros antepasados.

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